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  • Foto del escritorMiguel Núñez

Relato de un pastor inquieto

Mi ritmo de vida me ha llevado a ser paciente conmigo, con los demás y con la naturaleza. 


Acompaño a setenta y un borregas que no son para nada fáciles; la negra, como es de costumbre, es la más inquieta y arriesgada, también hay una que es muy flaca e insegura y cuida como loca a su cría recién nacida. Cada una es distinta, con sus ritmos únicos y con sus costumbres, si es que se pueden llamar así. 


Mi estilo de vida me ha ayudado a moderar mi carácter, antes muy impulsivo y acelerado; el trabajar con ovejas me ha ayudado a comprender los tiempos de la realidad, uno espera mientras corre el invierno, a que los días sean más luminosos y en cada jornada se ven avances de la primavera. 


Con sentido de esperanza me encontraba acompañando a mi rebaño por los mismos caminos pero con un ambiente nunca antes percibido. Tenía treinta nuevas crías que se tenían que cuidar con mayor atención así que mis sentidos estaban más alertas que nunca. Aunque acostumbrado al entorno oscuro que nos rodeaba por el invierno y por la situación social, comencé a notar luces que antes no había visto. 

Cuando llegué al pueblo vi el establo de siempre con una calidez que no recordaba haber tenido; descansé lo suficiente y me acomodé en la zona de pacas, entre la alfalfa me sentía cómodo y seguro.


Me duró poco el gusto, porque antes de medianoche llegó un par de extranjeros en un burro que no paraba de rebusnar por la lluvia. Mi refugio les pareció igual de cómodo que a mí, sólo que ellos se acomodaron mejor en los comederos para colocar todas las cosas que traían y por la compañía que esperaban. La joven que llegó venía lista para dar a luz y su esposo, igual de joven, se encontraba sumamente nervioso, se notaba que eran nuevos en la ciudad e inexpertos en la paternidad. 


Los nervios se les quitaron cuando toda la comitiva de pastores se convocaron casualmente a esas horas tan inoportunas para mí. Las pastoras, mucho más sensibles a la situación, trajeron de sus campamentos algo para cenar.  Los pastores, habiendo experimentado en carne propia la exclusión y el rechazo por no estar en su propia tierra, ayudaron a José a montar unos muebles improvisados para hacer de la estancia mucho más cómoda. Para la joven María, la compañía de esos pastores fue una ayuda caída del cielo.


Las mulas del establo se despertaron ante el alboroto que teníamos con el niño recién nacido, no estaban tan contentas de que usáramos su zona de comida como sala de partos; al final, comprendieron el suceso y crearon el ambiente mucho más cálido y acogedor. 


Al día siguiente salí temprano llevando a mis setenta y un ovejas a pastar y ya no me despedí de los jóvenes migrantes; parece que les fue bien en su camino de regreso. 

La luz de aquella noche se prolongó por algunos días más, sin embargo tuve que esperar a que pasara el equinoccio definitivo que nos alumbró permanentemente. El invierno dejó de ser gélido y solitario, después de aquellos tres visitantes el establo se convirtió un punto de encuentro acogedor para mi familia.

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