Una vez, hace un tiempo, cuando vivía en Concepción, fuimos a un concierto del Tata Barahona. Éramos un grupo grande, unas doce personas, todos amigos cercanos a la CVX. Era un lugar medio roñoso, pequeño, todos apretados, medio oscuro, lleno de gente de todos lugares y estilos, nada muy parecido a un ambiente religioso. De repente, aparece el Tata en el escenario, la gente guarda silencio, el ambiente se vuelve solemne antes de que suenen los primeros acordes. El cantautor comienza a cantar y parece que la gente reza. Si, aunque no sea una actividad religiosa, el Tata Barahona nos hace conectarnos con algo espiritual, profundo, donde la gente canta sanando heridas, dando gracias y pidiendo perdón por las embarradas. Era algo hermoso.
Lo mismo me pasó cuando escuché su último disco, “Retrato de Chile”, en cuyos versos se dibujan distintas situaciones, múltiples vidas que habitan nuestro Chile. Algo hace que los temas de este artista chileno te conecten con los sonidos de la calle y con los murmullos de tu corazón. Eso me ocurrió cuando escuche “La extranjera”, un canto a la vida de tantas mujeres que llegan de otros países buscando un nuevo lugar para vivir.
“La extranjera” debe ser una canción incómoda para aquellos que ven en la migración un problema y al que pueden echarle la culpa de todos los males, incluso de esta pandemia. Porque les recuerda que cada persona migrante es una vida, una historia y que la diversidad es parte de nuestra vida. Como el mismo Barahona cuenta: Vino desde lejos y / tiene en su memoria aún / Una flor aroma de distancia / Viene a formar parte de mi suelo / A nadar en aguas de mi puerto / Alejando sueños va / De lejana soledad /Dando su sonrisa está / A la nieve de Los Andes.
El gran mérito de esta canción es que, a diferencia de lo que ocurre muchas veces, no cae en caricaturas extremas. Ni es la historia de una mujer sufriente ni es la vida de una migrante al estilo Hollywood, que logra fama y éxito. Es algo mucho más simple, es reconocer que hoy, en nuestro país, habita una gran diversidad de gente, venida de otros países y culturas, con una cosmovisión propia y con la historia de sus pueblos en su piel. Se trata de reconocer la diversidad, no como un problema, sino como un regalo y un desafío de reconocimiento y fraternidad.
Hacia el final de esta canción, el Tata canta: Es tan distinta en mi jardín / Pero igual sabe sonreír /Es tan distinta a mi cantar/ Mas yo le quiero. En estos versos, se deja caer una invitación muy propia de Jesús: mirar al otro/a como un igual, un hermano/a, que merece ser amado/a, de la misma manera en que Dios lo/a ama. Por eso, ni la canción es excesivamente dramática ni tiene un tono paternalista. Porque no se trata de hacer de quienes migran un objeto de caridad. Se trata de reconocer lo que les pertenece: su dignidad humana y su derecho a desplazarse y asentarse en el lugar que deseen.
Miguel Jesús Pedreros
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