En ningún otro momento, pude ver con tanta claridad aquello de que los jóvenes son nuestra zarza ardiente (cf. Ex 3, 2-4), nuestro lugar para encontrarnos con Dios. Algo que resulta paradójico, porque como nación, en Venezuela, vivimos quizás los más oscuros días de nuestra historia contemporánea. Ese contraste entre la oscuridad del contexto y la claridad del encuentro con Dios en la vida de los jóvenes ha sido para mí una oportunidad para que nazca una esperanza invencible.
En medio de un fraude electoral, del recrudecimiento de la represión a manifestantes, de detenciones arbitrarias, de persecución por motivos políticos y de consciencia, de censura a medios de comunicación y las redes sociales, de grandes violaciones a los derechos humanos, y del consecuente miedo y tensión que se vive en las calles de cada pueblo y ciudad, los jóvenes de esta generación, muchas veces incomprendida y poco valorada por otras generaciones, están siendo un faro de luz.
Cuando todo aconseja encerrarse en el propio bienestar, en el silencio de la autocensura y montar las paredes de la indiferencia para protegerse de la realidad, estos jóvenes apuestan por seguir sirviendo a los demás, por organizarse en torno a valores socio-políticos, religiosos y altruistas, como movimiento contra corriente. La juventud ha comprendido que son el presente.
Como sacerdote, estas últimas semanas he afinado la escucha y voy descubriendo en el corazón de cada joven que se acerca para conversar, una llama encendida. Se niegan a resignarse, les duele, ven el futuro cerrado, sienten miedo, pero, por un lado, el amor a sus apostolados, a sus causas, ¡a su país! los mantiene despiertos, asociados en redes espontáneas de apoyo y atentos a la realidad de una forma positiva; y por otro, en esta situación extrema hay un redescubrir de sus lazos familiares profundos. Las duras horas de la historia a veces nos hacen elegir lo esencial, y eso es el amor, a nuestros seres queridos, a nuestros sueños y anhelos, a nuestra patria.
Todo este movimiento de esperanza y caridad, confluye en una auténtica experiencia de fe, de confianza en Dios, manifiesto en una sed de espacios de oración y de escucha. Es como si la fuente de todo aquello es el mismo Dios. Tenemos, me incluyo, todos los motivos para estar con los brazos abajo y el ánimo caído, sin embargo, está la convicción profunda de que Dios camina con nosotros. Él no hace lo que nos corresponde como ciudadanos, pero nos invita a la acción profética y el ejercicio del amor en medio del conflicto. Hay confianza de que Él está acompañando las batallas de este pueblo, las iniciativas de compromiso por la justicia y la libertad.
La juventud venezolana, en medio de una situación crítica, revela el rostro luminoso de Dios, viviendo las tres virtudes de la esperanza, la fe y la caridad. Son la luz de la búsqueda creativa de la justicia y la libertad, en medio de la tiniebla de la opresión y el rostro más crudo del mal.
Si me preguntasen ¿Por qué en medio de tanto dolor siguen luchando? No tendría reparo en responder que porque creemos y sabemos que Dios está con nosotros, y cuando Él está reina, y reinará, la justicia, la verdad, la libertad y la paz.
Comments