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  • Foto del escritorFelipe Ortiz

El profesor compañero: formar ciudadanos comprometidos para un mundo en crisis


A principios del siglo XX, San Alberto Hurtado esbozó una visión de la educación que, hoy día, resuena con profundidad en los pasillos de la pedagogía contemporánea. Decía Hurtado que el buen profesor no solo enseña, sino que “fácilmente encontrará en su asignatura, cualquiera que ella sea, la materia a propósito para hacer ver la vinculación de unos seres con otros, sus deberes recíprocos, la necesidad de mirar al bien común.”[1] Actualmente, en medio de la crisis política, social y ecológica, donde la solidaridad y el compromiso se erigen como pilares necesarios, esta perspectiva pedagógica adquiere una especial relevancia. Si bien conceptos como la educación integral, la conciencia crítica y la responsabilidad social dominan los discursos pedagógicos actuales, el rol del educador, tal como lo visualizó San Alberto, es un eje fundamental que contribuye al discernimiento en la formación de ciudadanos comprometidos en remediar el grito de dolor de las víctimas de nuestra crisis, sobre todo en la emergencia de problemas de salud mental que golpeado al alma de los colegios.


La escuela tradicional decimonónica, que respondió al interés económico de proveer mano de obra disciplinada, y que actualmente resuena al propósito de formar capital humano capaz de enfrentar los desafíos del capital en el siglo XXI, supone un profesor muy lejano al que propuso San Alberto Hurtado. Este nos dice que:

“El profesor más que el representante de la autoridad es el compañero más autorizado que orienta a sus alumnos en la búsqueda de la verdad.” San Alberto Hurtado.[2]

Este profesor compañero, primer responsable del proceso de enseñanza y aprendizaje, es quien se entrega a sí mismo por sus alumnos, acompaña en una búsqueda, promueve el diálogo y escucha la iniciativa de los estudiantes. En ese mismo sentido, no es quien se limita a reproducir contenidos o replicar un programa de estudio. Así, nos dice que “En pedagogía sucede algo semejante a lo que sucede en la vida espiritual: lo que importa no es el mucho saber, sino el gustar internamente de las cosas, como decía sabrosamente San Ignacio. Este conocimiento vivo, sentido, casi connatural llevará a la acción.”[3]


El gusto interno de las cosas, como conocimiento vivo, es un movimiento de la conciencia de los estudiantes que es facilitado por el profesor al compartir su propia experiencia gozosa del asombro. De ese modo, el entender no es un contenido verticalmente entregado por una autoridad, sino que es algo que sucede en la propia intimidad. Esto no significa, en ningún caso, la instrumentalización de la especulación teórica a la experiencia, sino que su verdadera comprensión. En ese mismo sentido, la verdadera comprensión del amor supone el gusto el sentirse amado.


Ahora, debido a que amar es más que ser amado, la apropiación intima del conocer nos impulsa a la salida. En otras palabras, el conocimiento sentido es el movimiento que nos invita a ser contemplativos en la acción, a amar al modo de Cristo en medio de un mundo en crisis. Así lo plantea Pedro Arrupe S.J. al reflexionar sobre el fin último de la educación, el cual debe ser "formar hombres y mujeres para-los-otros... que ni siquiera puedan concebir el amor a Dios que no incluya el amor al más pequeño de sus prójimos."[4]

Es por ese motivo que esta aproximación a la pedagogía requiere un encuentro, un contacto directo con las realidades de los más desfavorecidos. Esto se debe a que no se puede amar a quien no se conoce ni se puede ofrecer los conocimientos a la transformación social del pecado estructural si no se viven los dolores ajenos.


La perspectiva de San Alberto Hurtado sobre el "profesor compañero" resalta un desafío contemporáneo para los educadores. Antes de poder empatizar con las adversidades ajenas, es esencial confrontar y comprender nuestras propias luchas. Ese instante de introspección, donde se invita a los estudiantes a reflexionar sobre sí mismos, representa el primer reto que el docente debe guiar. En el contexto postpandémico, la emergencia de problemas de salud mental ha dejado a muchos jóvenes y adolescentes desprovistos de las habilidades emocionales para gestionar sus vidas. Por tanto, una educación solidaria no solo consiste en identificar y comprender el dolor, sino en vivirlo y transformarlo, ya sea propio o de los demás.


En esta dificultad histórica, marcada por la crisis, la visión de San Alberto Hurtado sobre el rol del educador se presenta como una brújula. La figura del "profesor compañero", no es solo un ideal pedagógico, sino una necesidad, un llamado a cultivar una educación que va más allá del mero traspaso de contenidos. Es una invitación a la empatía, a la introspección y, sobre todo, a la acción transformadora. Si buscamos formar ciudadanos comprometidos capaces de sanar y renovar un mundo en crisis, debemos recordar que el núcleo del proceso educativo radica en la relación genuina entre docente y estudiante, donde ambos se embarcan en el descubrimiento, comprensión y compromiso. Este es el camino que San Alberto Hurtado sostuvo para mantener viva la esperanza en un futuro solidario con justicia y dignidad.



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[1] Hurtado, A. (1947) Humanismo Social, p. 134

[2] Hurtado, A. (1942) Puntos de Educación, 1942. p. 20

[3] Hurtado, A. (1936) Crítica al sistema filosófico de Dewey, 1936 en Hurtado, A. (2005) Una verdadera educación, p. 256-257

[4] Arrupe, P. (1973). Hombres para los demás.


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