La palabra es un puente que nos comunica. Nos permite conocernos y conocer a los demás, compartir nuestras ideas, miradas sobre la realidad, opiniones y sentimientos.
Cuando articulamos nuestras palabras con un propósito, se convierten en un discurso. Los políticos usan el discurso para dar a conocer sus ideas, obras e ideologías. La filosofía utiliza el discurso para formular preguntas y acercamientos a la realidad. Las instituciones recurren al discurso para alinear a sus integrantes.
El discurso puede tener un propósito positivo, como motivar el logro de acciones positivas, cambios, rectificaciones o la toma de conciencia. Sin embargo, también puede ser utilizado para manipular, con el objetivo de obtener resultados que están lejos del bien común.
En el ámbito del discurso opaco, se encuentran aquellos que recurren a presentar un enemigo o un supuesto mal que puede afectar extendidamente. Surgen así enemigos como las culturas diversas, los inmigrantes, los adversarios políticos, ciertas instituciones y la diversidad sexual.
Para convertir a estos grupos en hostiles, se les asocia con males como la destrucción de la identidad propia de un país, la delincuencia, ideas peligrosas, agendas perversas que desean destruir las sociedades, la desaparición de la familia.
Cuando estos discursos suben el nivel se transforman en "discurso de odio” incitando, difundiendo o justificando el odio racial, la xenofobia, la discriminación e intolerancia. En casos extremos, incluso puede llevar a la muerte de otros.
La diversidad sexual enfrenta cotidianamente discursos de odio expresados de muchas maneras. Se les rotula de personas enfermas, se les acusa de promover una "ideología de género" que amenaza la familia tradicional, e incluso se les presenta como destructores de la sociedad.
El discurso de odio también se expresa con ideas academicistas, teológicas y sociales. Se insiste en estudios científicos para desacreditar al colectivo de la diversidad sexual, se cierra el diálogo para evitar ampliar la mirada desde la fe y la antropología, y se pone al colectivo como destructor de la familia tradicional.
No es fácil enfrentar el discurso de odio. Sin embargo, un camino para desalentarlo o develarlo es tomar conciencia de que estamos inmersos en una realidad llena de discursos que desean convencernos. Frente a sus palabras, vale la pena preguntarse si son reales esos enemigos que nos presentan.
Es importante reflexionar y darnos cuenta de que cuando se habla de migrantes, culturas y, sobre todo, de personas lesbianas, gays, transexuales, no binarias, hay ahí seres humanos, vidas, historias, existencias que buscan un espacio. No son ideologías, son personas que aportan con la diversidad, reflejando algo propio de nuestra existencia.
La diversidad humana no es enemiga. Detrás no hay agendas destructivas, sino vida que solamente busca aportar desde sus realidades, con sus experiencias, miradas y, sobre todo, con las palabras que pueden compartir.
Pastoral de la Diversidad Sexual, Padis+.
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