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Dios mío, ¿Me has abandonado?

  • Mariam Ur-rehman
  • 18 abr
  • 4 Min. de lectura

Reflexión Sábado Santo


¿No fue acaso el mismísimo Jesús en la cruz quién dijo esto? ¿Qué nos hace creer que la fe no puede quebrantarse? Según la biblia, la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, es también un don de Dios que se NUTRE con la oración y el EJERCICIO de la fe. ¿No te suena familiar? La fe, fácilmente, puede ser vista como cualquier otro músculo de nuestro cuerpo, que si no se trabaja, se debilita e incluso se puede llegar a perder.


La fe, al igual que otros aspectos dentro de nuestras vidas, no tiene un estado permanente. A medida que vamos creciendo, nuestra fe evoluciona junto a nosotros y pasa por altibajos. Es por esto mismo que existen también los sacramentos y siguen cierto orden, pues se sabe que a medida que cada quien profundiza en su fe, también toma decisiones y adapta un modo de vida acorde a esta. Yo, por ejemplo, tomé la decisión de bautizarme, hacer mi primera comunión y confirmarme a mis 18 años, momento en donde sentía que mi fe estaba en su peak y que mi relación con Dios, luego de completar mis sacramentos, alcanzaría su punto límite. Claramente no fue así, pero no fue hasta luego de esto que me dí cuenta de lo incrédula que fui.


Luego de un tiempo, junto a la pandemia y las reuniones vía zoom, mi espiritualidad se volvió algo paulatino y rutinario. Sentía que nada había cambiado luego de mis sacramentos, no me sentía ni siquiera un poco más cerca de Dios, sino que estancada donde me encontraba. Fue así, junto a la crisis vocacional por la que pasaba en ese entonces, que conocí el lado oscuro de mi fe; la duda. Fue un tiempo de mucha ansiedad, inseguridad y miedo al futuro. Estaba a puertas de comenzar mi vida “adulta” (si es que se le puede decir así al inicio de la etapa universitaria), sumándole a esto el encierro y las expectativas del resto, mi fe pasó a segundo plano y más que aliviarme, parecía agobiarme. No fue hasta que pude explorar otros aspectos de mi espiritualidad, que pude escapar de ese bucle y descubrir, con nuevos ojos, el nuevo modo de vivirla. Y es que creo, o más bien aprendí, que la fe y mi persona no pueden ser 2 cosas aparte, sino que 1 solo cuerpo.


Aun así, no puedo decir que luego de eso mi fe no ha decaído, porque estaría mintiendo. Suelen repetirse estos episodios cada vez que la rutina me gana, cuando siento que el tiempo no me alcanza para vivir, sino que sobrevivir. Pero genuinamente, es justo en esos episodios donde más recurro al ¿por qué yo Señor?, haciendo vista gorda al sacrificio en el que su mismo hijo se entregó por y para nosotros. Es ahí donde, como San Ignacio, busco “sentir y gustar de las cosas internamente”, de todo lo que me rodea y me aterriza a lo bendecida que soy en realidad. Pausar dentro del ajetreo del día, salir a dar un paseo o simplemente disfrutar de una comida recién preparada son pequeños detalles que me hacen caer en cuenta que solo me ahogo en mi vaso de agua, mientras que otros nadan en piscinas desbordadas. Finalmente, confío siempre en que por más que me aleje o desvíe, Dios siempre está ahí como buen pastor para mostrarme el camino.


Eso sí, no fue fácil, y es por eso que acá te dejo algunos consejos para cuando sientas que la fe se torna oscura y la espera se hace cada vez más larga.


  1. Aceptar la vulnerabilidad: El reconocernos vulnerables nos abre a la fragilidad de la vida y a lo humano del error. Reconocernos necesitados de Dios nos hace también entender que nunca es suficiente del evangelio y que siempre hay algo por nutrir de nuestro espíritu.

  2. Reafirmar la confianza en Dios: Volver al punto de inicio, no hay nada de malo en eso. Comprender que Dios es el eje de nuestra vida y que debemos de seguir el modo de vida de su hijo, quién se sacrificó por nosotros y aun cuando se le creía muerto, él seguía obrando desde el sepulcro.

  3. La importancia de la comunidad: Como seres humanos, somos seres sociales y no podemos existir sin antes coexistir con nuestros pares. La compañía de nuestras comunidades no solo hace del proceso algo más ameno y llevadero, sino que también aprendemos de sus experiencias y expande nuestros horizontes.

  4. La fe como un modo y no un fin: Es algo contradictorio decir esto, pero veámoslo como el entregar sin esperar nada a cambio. Tal como dije un poco más arriba, la fe no puede ser algo que llevemos a la par de nuestras vidas como un alter ego, sino que debe ir de la mano con nuestro actuar y sentir.

  5. La oración como ejercicio: Así como el cuerpo, la espiritualidad también necesita ejercitarse. Es para esto que existe la oración, ya sea personal o comunitaria. Trata de siempre acompañarte de alguien que pueda ayudarte a darle forma o marca ruta a tu oración y así esta no tome otro rumbo. Te recomiendo, a modo muy especial, comenzar a experimentar con la Pausa Ignaciana a modo de cierre o inicio de tu día, para evaluar, y así luego te animas con los Ejercicios Espirituales que podrás encontrar en los distintos territorios como Arica, Santiago y Concepción.

  6. El servicio como resultado: Tal como decía el Padre Alberto Hurtado, “hay más alegría en dar que en recibir”. Si bien la espiritualidad y fe es algo personal que varía en cada quien, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante la necesidad de otros de conocer a Cristo. Es por esto que debemos, a través del servicio, llevar el evangelio a quienes más lo necesitan.


Es así como te invito a que durante este sábado, te regales un momento de silencio y reflexiones sobre el gran misterio de Semana Santa, a la espera de la resurrección del Rey de reyes quien obró en medio de la oscuridad por el bien de toda la Tierra.




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