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Meliorismo, creer que el mundo puede ser mejor

  • Foto del escritor: Nike Muñoz
    Nike Muñoz
  • 17 abr
  • 3 Min. de lectura

Reflexión Jueves Santo


Meliorismo, Es un término que proviene del latín, y que señala la posibilidad de creer, soñar o pensar que el mundo, tal como lo conocemos, puede ser mejor. Esta idea me suena a ese Dios que libera a su pueblo. Ese Padre que quiere que sus hijos sean plenos. Ese Dios que está atento al sufrimiento de su gente, que no se desentiende, que se conmueve.

Resulta que hay una historia, un poco antigua, de un hombre que creyó justamente en ese Dios. Que vivió como si esa promesa de un mundo mejor fuera cierta. Que se puso en camino, sin certezas, solo con la confianza de que el amor puede más.

Cuenta la historia de un niño que nació en Belén. Se crió como cualquier otro; jugando, creciendo, haciendo amigos. Probablemente, el último día de la semana compartía alguna comida especial, y salía a recorrer los campos, admirando cómo crecían las flores. Tal vez vio a un padre perdonando a su hijo cuando se portaba mal.

Este niño, a medida que crecía, empezó a interesarse por lo religioso, como era común en su época. A simple vista, podía parecer un pequeño sujeto, uno más entre tantos. Sin embargo, comenzó a preocuparse por quienes tenía cerca, llevando palabras de consuelo a los que encontraba en su camino por toda Galilea.

Ya adulto, se formó en la ley judía, como era tradición en su pueblo. Probablemente ya sentía una cercanía especial con Dios, pero, aun así, como todos en su comunidad, se relacionaba con Él siguiendo las prácticas heredadas de sus antepasados.

Él tenía una mamá que siempre lo acompañaba. Nació con la esperanza de cambiar el mundo, con el sueño de que los pequeños pudieran ir delante, de que ricos y pobres compartieran la misma mesa, de que las mujeres pudieran caminar a su lado sin ser cuestionadas.

Insistía en que aquellos que eran mal mirados también eran hijos de Dios.

Este hombre incomodaba a quienes cumplían la ley al pie de la letra. Esa ley escrita en papel, que no dejaba espacio para la compasión ni el encuentro.

Este sujeto se llamaba Jesús. Probablemente tenía el don de la palabra y, al mismo tiempo, una llegada especial con las personas. Pero no solo eso; tenía una forma de acercarse que hacía que a cualquiera le brotara una sonrisa.

Jesús tenía algo que conmovía incluso a quienes no compartían su cultura ni su religión. A él acudían para sentirse bien, para encontrar compañía en medio del dolor o en la búsqueda de un propósito, fuera cual fuera.

Jesús, a lo largo de su historia, se fue haciendo de amigos. Algunos dicen que fueron doce, pero yo creo que, por su carácter, fueron más que doce. Algunos comentan que solo le acompañaban hombres; sin embargo, yo creo que no solo eran hombres, sino también mujeres. Otros aseguran que, como él era judío, solo se rodeaba de su propio pueblo, pero yo creo que no fue así. Para Jesús, todos podíamos ser parte de la historia con él, sin importar nuestras condiciones.

En esa misma historia, Jesús, como lo hacía tradicionalmente su pueblo, celebraba cada año en el mes de Nisán la liberación de su gente. Pero hubo una ocasión especial, única en su historia, en la que no lo hizo solo con los doce, ni solo con hombres, ni únicamente con judíos.

Este Jesús quiso compartir la mesa con quienes más amaba, porque así lo soñaba: un amor sin exclusiones. Su amor no estaba reservado solo para quienes se creen buenos, ni era exclusivo para los hombres, ni para los poderosos.

Este hombre, profundamente contracultural, eligió celebrar la liberación con todas y todos. Porque para él, la mesa, la memoria y la esperanza eran para compartirlas con todos los que quisieran sentarse a su lado.

Jesús quiso expandir su mesa y también su entrega. Quiso hacernos parte, no como espectadores, sino como protagonistas de su historia. Así como él abrió su mesa, también nos invita a abrir la nuestra, a expandirnos, a acoger, a amar sin fronteras.

Él quiso que conociéramos su amor, que nos vinculáramos con lo trascendente, que nos dejáramos tocar por lo sagrado. Nos invitó a relacionarnos con Dios desde la cercanía, desde lo humano.

Y probablemente este hombre era Dios.

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