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Dignidad: una perspectiva cristiana

Por: Paloma Artigas Barrenechea, coordinadora Escuela Oscar Romero


Matando el tiempo en Instagram me encontré con un video en el que una mujer dentro de su auto pregunta a un grupo de manifestantes “¿acaso a ti no te gustaría estar aquí, en este auto, tener un colegio privado?” a lo que una manifestante le responde que no quieren lujos sino mejor distribución de los recursos. “¿O sea que tú quieres que yo sea pobre?” replicó la mujer del auto. Este diálogo me recordó, por su enorme contraste, una conversación que tuve hace unos meses con un hombre privado de libertad, quien me dijo que se sentía amado por Dios. Cuando le pregunté por qué, su respuesta fue: “Porque mis hijos me dicen que me aman”.


La palabra Dignidad ha sido transversal a las manifestaciones, reflexión y sentir de los últimos dos meses en nuestro país. Millones de personas han salido a las calles con distintas consignas en sus carteles, en sus cantos y en el ritmo del golpe de sus ollas; en los matinales vemos menos notas sobre la vida privada de personas conocidas y más discusión y reflexiones respecto a temas como el seguro de cesantía, el sueldo mínimo, las pensiones, el sistema de salud y los Derechos Humanos; nuestras paredes tienen grabados mensajes de rabia y esperanza. En cada una de estas expresiones hay distintas causas, perspectivas y modos de proceder, sin embargo, hay algo transversal a todas ellas: la pregunta por y el deseo de dignidad.


¿Qué significa hablar de Dignidad desde una perspectiva cristiana? Jesús es claro en este sentido tanto en su discurso como en sus acciones. El deseo de Jesús respecto a sus hermanos y hermanas es ante todo que “tengan vida en abundancia” (Jn 10, 10), que “su alegría sea plena” (Jn 15,11), pero ¿qué implica para Jesús esa plenitud de la alegría, esa abundancia de la vida? Las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12) nos dan algunas pistas. La primera de ellas nos anuncia que son felices, bendecidos, los pobres. ¿Significa esto que nuestra lucha entonces es en vano? ¿Invita Jesús a la resignación de quienes viven la precariedad? No. Jesús nunca dice “felices los que viven en la miseria”, “felices los que miran a su hijo pasar hambre”, “felices los que no pueden dormir en la noche por la angustia”. Su mensaje de bienaventuranza tiene que ver con dos cosas: por un lado, con la felicidad de la propuesta de humanidad de Jesús, que implica poder ser felices en comunidad, poder alcanzar la plenitud y la libertad fuera de las lógicas del consumo, esas mismas que impidieron al joven rico perseguir su deseo de seguir a Jesús, porque no se sintió capaz de renunciar a sus cosas. Jesús propone la pobreza- la sencillez de vida, la simpleza del alma- como un modelo de vida personal y comunitaria, pero nunca romantiza la miseria ni propone la resignación. De hecho, más adelante dirá “felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Es ahí donde entra el segundo punto de qué implica la felicidad anunciada en la pobreza. Hay un compromiso del Dios de la vida por hacerse parte de las luchas y dolores de su Pueblo, y una promesa de que la justicia triunfará, promesa que viene desde el Antiguo Testamento: la paz y la justicia se besarán (Sal 85, 11). Esta promesa no es en un futuro inmaterial que no involucra nuestra existencia en este mundo, porque el Reino ya está entre nosotros: es más, Cristo anuncia que son también felices los que luchan por la paz. ¿Y qué es la paz para nuestro Dios? Es el fruto de la justicia. (Is 32, 17)


De esta manera, la dignidad cristiana es la posibilidad de alcanzar la alegría plena, de tener vida en abundancia, para todos los miembros de la comunidad. Y esa alegría está dada por distintas cosas: un estilo de vida propuesto, una promesa hecha, una lucha que es compartida.


Jesús da cuenta de sus prioridades e invitaciones no sólo a través de sus palabras, sino también de sus acciones. En distintos momentos de su vida lo vemos defendiendo la dignidad de quienes están más expuestos y vulnerables dentro de la comunidad, y esta defensa de la dignidad pasa en primer lugar por poder ser vistos y reconocidos. Es así como Jesús cambia sus planes y se desvía del camino para consolar a la viuda que había perdido a su hijo -que en la cultura de su tiempo implicaba que esa mujer quedaba totalmente marginada y abandonada-, o se arriesga ante la comunidad para defender a la mujer que estaba a punto de ser asesinada legalmente. Es así también como no puede soportar que el Templo, el lugar de encuentro con Dios, se convierta en un lugar de comercio y que la relación con Dios se entienda en términos transaccionales, y echa a los mercaderes a golpes y gritos. Y es así también, aunque lo recordemos poco, que cuando lo arrestan y Pedro le saca la oreja a uno de los funcionarios del Imperio, Jesús lo reprende y restaura esa agresión.


Los modos de proceder de Jesús dan cuenta de que su idea de dignidad no tiene que ver con dicotomías del tipo buenos y malos, legal o ilegal, vecino o poblador. Su idea de dignidad tiene que ver con que aquellos que son más vulnerables a causa de la injusticia no queden abandonados a su suerte, con que la ley esté al servicio de la comunidad y no al revés, con que las mujeres dejen de ser propiedad de los hombres, con que los niños estén seguros, con que la relación de las personas con su Dios no se vea interferida por lógicas mercantiles, y tiene que ver también, y vale la pena en estos tiempos tomar conciencia de esto, con amar a los enemigos. En definitiva, la dignidad que propone Jesús y cuya defensa le costó la vida tiene que ver con que el amor triunfe por sobre el odio, y que así ni ser pobre, ni ser mujer, ni estar en conflicto con la ley ni ser tu enemigo sean razón para quedar marginado de la comunidad sin posibilidad de acceder a la plenitud de la vida.


Todo esto implica también un cierto modo de proceder en la defensa de la dignidad: cuando Jesús resucita al hijo de la viuda, a la hija de Jairo o a su amigo Lázaro, no lo hace desde la distancia y el paternalismo. Lo primero -y podríamos decir que lo que finalmente restaura la vida en estas personas y familias- es que Jesús se conmueve hondamente, hace suyo ese dolor, tal como el Dios del Antiguo Testamento hace suyo el dolor de su pueblo y se hace parte de su lucha por la Liberación. Un proyecto que busque luchar por y defender la dignidad desde una perspectiva cristiana no puede ser un proyecto que perpetúe lógicas de segregación, asistencialismo o divisiones arbitrarias: la propuesta de Jesús tiene que ver precisamente con restaurarnos unos a otros desde el amor.


La característica principal del Dios en el que creemos es que es Amor, un amor que podemos descubrir en la creación y sus procesos, en el hecho que tus hijos te digan que te aman, en el hombre que se siente amado por Dios por eso, aun en medio de la cárcel, en la mujer indignada que le aclara con fuerza a la mujer desconectada que no quiere ese auto ni ese barrio, que quiere dignidad. Un Dios que antes que magia, lo que hace es amar. Un Dios que es Todopoderoso, pero no a secas, sino que es todopoderoso en el amor. La dignidad de nuestro Dios y del proyecto de humanidad de Jesús de Nazaret no tiene que ver con grandes lujos, con tener mucho poder o con vencer al enemigo destruyéndolo. Tiene que ver más bien con sabernos amados y que eso nos haga libres para amar y crear, teniendo lo necesario para vivir en tranquilidad y aportando a la comunidad, destruyendo no al enemigo sino su enemistad, al incorporar -como hizo Jesús con Mateo- al que estaba marginado de vuelta a la comunidad.

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