Por: José María Jarry, profesor de historia.
El 10 de diciembre de 1948, tras el fin de la segunda guerra mundial, las Naciones Unidas aprueban la Declaración Universal de DDHH. Los horrores vistos en los años de la guerra, la sistematización de la tortura, el asesinato y la purga de grupos étnicos, religiosos y personas de minorías por parte de regímenes totalitarios fueron una herida profunda en el corazón del mundo. La humanidad estaba consternada ante esos crímenes de lesa humanidad, y la dimensión que tomó el conflicto -con dos bombas nucleares, millones de muertes y una sociedad fracturada- llegaron a tal magnitud que los países miembros de las Naciones Unidas, fundada solamente tres años antes, elaboraron una serie de artículos que consagran derechos fundamentales de las personas.
El nuevo mundo que nacía de las cenizas de la guerra era un lugar cambiante, frágil y desafiante. Los procesos de descolonización comenzaban a gestarse en África, el Medio Oriente y el Asia-Pacífico y un nuevo enfrentamiento global comenzaba a surgir; la guerra fría. La realidad exigía que el mundo acordara mínimos humanitarios para evitar la barbarie de la muerte vista años antes y asegurar la defensa de la vida y las libertades de las personas.
¿Pero qué son los derechos humanos y cuál es su importancia? Hoy conmemoramos 72 años de su Declaración Universal y seguramente has escuchado hablar de ellos. Las Naciones Unidas los definen como “derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición (...) Estos derechos corresponden a todas las personas, sin discriminación alguna”. Estos derechos, como nacer libres e iguales en derechos y dignidad, a una nacionalidad, a la libertad de no ser esclavas/os, a no recibir torturas, a optar a asilo en caso de persecución, a poder defenderse en un tribunal imparcial, a no ser discriminadas/os por nuestro origen, etnia o religión, no ser arrestada/o arbitrariamente, entre otros, tienen ciertas características como su universalidad, es decir que pertenecen a todas y todos los seres humanos por sólo el hecho de serlo, son inalienables (nadie puede ser despojado de ellos), irrenunciables, son para toda la vida (imprescriptibles) y nadie puede remover alguno de estos derechos de una persona (indivisibles).
La importancia de estos derechos radica en estas características, y comprometen a los países firmantes a respetarlos obligatoriamente y en cualquier contexto gracias a los Pactos Internacionales de Derechos Humanos. Pero ¿esto se respeta en la práctica? Podemos ver en el mundo y en nuestro propio país diversas situaciones como represión estatal contra la ciudadanía que se manifiesta, mujeres maltratadas y asesinadas, niñez vulnerada, torturas por parte de efectivos policiales y militares, trata de personas, zonas de sacrificio producidas por la depredación de recursos naturales, la privatización y despojo del agua, los crímenes contra etnias, grupos religiosos, personas migrantes y la comunidad LGBTIQ+, etc. Estas vulneraciones nos muestran que la situación de los derechos humanos realmente no son tan universales como se quisiera, y la violación de estos muchas veces ocurre en silencio e impunemente.
El Papa Francisco en Fratelli Tutti dice que «observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos (...). En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre” (FT, 22). ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana? Para el Papa Francisco, y toda la tradición eclesial fundada en la dignidad de la persona, el respeto a los DDHH es, esencialmente, un acto de amor y gratitud con Dios y su creación.
Cuando los derechos son violados, y se reduce a hombres, mujeres y niñas/os a materia prima o sencillamente personas descartables, hay un quiebre de la propia humanidad y del proyecto que tiene Dios con sus hijas e hijos. El día de hoy es una buena oportunidad para contemplar estas realidades, dolernos con ellas y, a través del conocimiento interno de la persona de Jesús, actuar como Él lo hizo con las/os desplazados de su tiempo. No tengamos miedo de salir al encuentro del que sufre, involucremonos en nuestras comunidades y comprometámonos en nuestras búsquedas sociales y políticas por proyectos que busquen la justicia y la dignidad de las personas como centro.
La defensa por los derechos humanos se juega todos los días y en todas partes.
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