Por Benjamín Perez, Rji Arica
El Viernes Santo es el día en que los cristianos conmemoramos la crucifixión y muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios. Es un día de profunda tristeza y reflexión, pero también es un día de esperanza y amor.
La muerte es una parte natural de la vida. Todos los seres vivos experimentan la muerte, ya sea plantas, animales o seres humanos. Es una parte ineludible de la vida, pero también es una parte que a menudo tememos y evitamos.
Sin embargo, la muerte tiene un significado mucho más profundo. Para nosotros, la muerte no es el final, sino un paso hacia la vida eterna en el cielo. La muerte es una puerta que se abre hacia una nueva vida, una vida en la que estamos más cerca de Dios y en la que experimentamos su amor de una manera más profunda.
Jesucristo, al morir en la cruz, nos muestra el camino hacia la vida eterna. Él tomó sobre sí mismo el peso de los pecados del mundo y nos ofreció la oportunidad de redimirnos y vivir en comunión con Dios. La muerte de Jesucristo no fue el final, sino el comienzo de una nueva vida para todos los que creen en él y siguen sus enseñanzas.
En nuestra fe, el Viernes Santo nos recuerda que la muerte no es un fin, sino una parte necesaria de un nuevo comienzo. Nos recuerda que debemos aceptar la muerte como parte de la vida, no temerla como algo ajeno, sino como parte de la naturaleza misma de nuestro existir, en donde Dios en su infinitud nos guía para abrazar desde nuestro más profundo sentir esta transición.
La muerte nunca dejará de ser ajena a nosotros, no es algo que camine al otro lado de la calle y que podamos ignorar, se encuentra aquí en la misma vereda en la que estamos transitando, recordándonos lo fugaz de nuestra existencia, pero a la vez lo milagroso de la misma. No es un llamado a temer al final, sino a una invitación a vivir, a arder en vida consagrando nuestros corazones en la fe y entrega hacia otros, desbordando gratitud en cada nuevo despertar.
Que este viernes santo nos invite a reflexionar, sentir y aceptar que los tiempos de Dios y sus obras son algo que se escapa de nuestras manos, que en la aceptación de lo inevitable reside también la más cálida de las esperanzas.
“La vida es mayor que nosotros, y tus caminos van mucho más lejos que nuestras miradas”.[1]
[1] Oraciones a Quemarropa, Luis Espinal.
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