Hace muchos años se estrenó la película que narra la experiencia del camino de Santiago. Yo tenía alrededor de 15 o 16 años. Tuvimos tantas charlas sobre la película, sobre cómo se grabó, quién era el director, sobre lo que implicaba… y fue ahí en mi corazón de niña que se sembró el sueño de “yo también quiero hacer eso algún día”.
Años más tarde, cursando el probatorio para la universidad, se replicó en Paraguay algo que se hacía cada cuatro años coincidiendo con la jornada mundial de la juventud, ese evento se llamaba “MAGIS” y proponía varias experiencias en simultáneo en una semana.
Un amigo participó de una de las actividades que se denomina “peregrinación”, la cual consistía en caminar desde la ciudad de Encarnación hasta San Ignacio. Él vino tan contento y entusiasmado que, otra vez en mi corazón ahora joven de 18 años, nació el deseo de “yo también quiero ir al Magis y hacer peregrinación”.
Este año, a mis 23, ya me había olvidado de esos sueños. Ya crecí y vivo otro tipo de vida que no entraba en mis aspiraciones cuando era más pequeña. De pronto llega una invitación al Magis. Pero mi deseo era otro. Yo quería hacer servicio social. Todo iba bien hasta que el terrorífico correo de confirmación apareció en la bandeja de entrada: ¡Tu experiencia es peregrinación!
Ahí se me congeló la sangre.
No quería y no me encontraba en condiciones para caminar tanto. Me parecía horrible. Entré en un periodo de negación hasta el último día.
Sin embargo, eso no era todo porque lo peor estaba por llegar.
Faltando un mes para el Magis falleció un amigo demasiado cercano. Se me cayó el mundo y mi alegría, esperanza y ganas de vivir se enterraron con él.
Yo ya no vivía. Solo existía.
Anímicamente me encontraba llorando en la tumba como María Magdalena, todos los días ese era mi estado, y ni hablar de la relación con Dios porque desde que recibí la noticia de la muerte de Elio nos declaramos la guerra, o más bien yo la declaré.
Se cumplió un mes y llegó el Magis. Toda la explosión de vida, colores, música y espiritualidad no había manera de que me atraviesen. Y más aún teniendo tanto rechazo hacia la peregrinación que no quería hacer.
De pronto, en una de las primeras misas en el Magis, el padre provincial de los jesuitas en Portugal habla sobre el pasaje del evangelio en que El Resucitado se aparece a Magdalena dentro de la tumba. Ah caray, yo soy Magdalena ahora -pensé. Y dentro de la homilía hace la invitación de recordar a quienes nos anunciaron al Señor alguna vez y también que nos animemos a proclamarlo. Ojalá pueda vivir esa experiencia de resurrección ahora -volví a decirme para mis adentros.
Pasaron los días y llegó la noche antes de salir hacia nuestras experiencias. Temblaba de miedo ante la idea de ir y a la vez ardía de ira por no coincidir con mi deseo inicial. Y aquí es donde entra la música; un eufórico y a la vez sereno canto de Jesuitas Acústico se convirtió en la oración perfecta para pedir la gracia que necesitábamos para el Magis: seguirte hacia donde me lleves. Con la melodía y las voces de tantas almas, los miedos y preocupaciones de la caminata se disiparon y así, de golpe, comenzamos a andar hacia el Magis.
Vivir el Camino de Santiago me enseñó varias cosas: Una de ellas -y la principal- es que NO se hace con nuestras fuerzas. Es imposible. Al caminar a través de montañas, terrenos empinados, bosques, agua e incluso tierras secas sin vegetación, físicamente se agota el cuerpo, uno cae, renuncia.
Estando en la mitad de una enorme subida uno piensa “ya no puedo más”. Sin embargo llega. Al día siguiente es lo mismo e incluso peor porque ya están los dolores de las articulaciones exhaustas que se hacen sentir. Pero llegas. Y no solo llegas sino que finalizas por completo el Camino.
Y entonces te preguntas ¿cómo es posible? Y la única respuesta es Dios. Es Él quien provee de fuerzas. Acá es donde se vive lo que San Ignacio enseña: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios».
Otra dimensión es la compañía. La siguiente enseñanza es que el Camino NO se hace solo o sola. Las personas que van acompañando son indispensables. Las conversaciones que se convierten en Eucaristía de vida compartida son vitamina cuando nuestro buen humor se agota.
También están las personas que nos acompañan en la distancia orando por nosotros o simplemente pensando y deseando que nos vaya bien, y por supuesto aquellos que nos acompañan desde el cielo.
Aprendí a querer mucho a Santiago el apóstol. Tan solo imaginar su recorrido evangelizando, en tiempos donde no existían las rutas y los cristianos eran perseguidos, despierta en mí mucha emoción y admiración. Y descubrí también que algo de parecido tenemos.
Al final Santiago también se volvió un amigo más que caminaba conmigo, con Jesús, con San Francisco Javier y tantos otros.
Lo último que me gustaría resaltar -para que esto no sea interminable- es el tercer aprendizaje: la esperanza que Dios tiene en nosotros.
Quizás suene algo repetitivo y puede que lo sea. Sin embargo la experiencia de vivirlo es algo que conmueve y transforma. Imagina que Dios, creador y Señor del universo como es, se fije en vos, una minúscula partícula en la galaxia, y Él que todo lo puede y todo lo hace cree en vos. Él confía en vos su misión y espera que vos -minúscula partícula- le ayudes a hacer realidad su proyecto. ¡Imagínate! ¡Cuánta confianza y honor!
Ni siquiera creía en mí misma para andar 101 km y Dios espera que haga cosas más grandes si me atrevo. Eso es lo más lindo. Él no impone, no tiene “destinos”, Él invita y espera y cree. ¿Cómo decirle que no después de tanto bien recibido?
El Camino de Santiago, la experiencia MAGIS, para mi fue la alegría de la Resurrección. Cuando Jesús llama a Magdalena por su nombre y ella le reconoce. Ese paso de la muerte en la tumba a la vida en la luz de afuera. Tanta alegría al compartir con personas de todo el mundo sin siquiera hablar el mismo idioma. Reír a carcajadas, escuchar nuestras historias, intercambiar culturas, contemplar a Dios en la creación y en los otros. Mucha, muchísima vida y esperanza.
Es así como pasé del estado de luto y llanto a la alegría y esperanza. Y me siento parte de ese futuro esperanzador que en el Magis nos invitaron a co-crear.
Termino estas líneas frente a la Torre de Belém, en Portugal, de donde San Francisco Javier partió en barco para ir a su misión en la India.
Y lloro de la emoción porque gracias a esa labor evangelizadora -y la de tantos otros y otras- hoy somos una familia ignaciana tan grande que pudimos encontrarnos en el Magis. Y existe en Paraguay un voluntariado Xavier inspirado en aquel misionero, y existe una congregación de hermanas religiosas misioneras de San Francisco Javier en Corea y así tantos otros.
Es así como cumplí varios sueños en pocos días y frente a mí se abre un horizonte cargado de muchos más.
¡Ad maiorem Dei gloriam!
Ánimo Nahir. Dios nos elige mucho antes de nacer.
Que tu testimonio sea para mayor Gloria de Dios 🙏