top of page
  • Foto del escritorMariana Cejudo

Jesús tiene corazón

Actualizado: 26 jul 2023


Tradicionalmente, la Iglesia ha reconocido el mes de junio como el mes del Sagrado Corazón, una devoción muy antigua que muchos santos y santas han vivido y promovido. Conviene mencionar que alcanzó gran difusión gracias a múltiples jesuitas, entre los que destacan San Pedro Canisio y el beato Claude de la Colombière, que han propagado por todo el mundo el culto al Sagrado Corazón de Jesús.


En el mundo hebreo, la palabra «corazón», que aparece en la biblia en numerosas ocasiones, designa mucho más que el órgano vital que bombea sangre a todo el cuerpo. El corazón en la mentalidad hebrea representa la totalidad de la persona, lo más central e íntimo de ella, donde residen los pensamientos y sentimientos más profundos, desde donde surge la vida espiritual y, principalmente, donde nace el amor.


Hoy se habla de amor epidérmicamente -vale decir, de manera superficial- entendiéndolo como un sentimiento volátil, o en estado líquido, aludiendo a la expresión de Bauman, carente de compromiso y sujeto a conveniencia. Este tipo de «amor», si es que merece el nombre, no procede del corazón. Es curiosa aquella frase que lanzamos como reproche a quien nos hace daño: «No tienes corazón», que es como decirle «No sabes amar». Afirmar que Jesús tiene corazón, es entonces apuntar a todo lo contrario: es declarar que Él sabe amar, que de hecho ama, o mejor dicho, que es amor.


¿Qué significa que Jesús tenga corazón? Que es plenamente humano, pues el Hijo de Dios no renunció a nada de lo que implica la humanidad. Que su corazón, como el nuestro, puede romperse, porque al amar se hace vulnerable, se expone a no ser correspondido.


Hay una canción country que en su estribillo invita a amar como si no existieran los corazones rotos, no tanto porque no existan, sino porque amando así nos desprendemos del miedo a no ser amados en correspondencia, a ser lastimados. Lo diría San Juan en su primera carta, que en el amor no hay temor, sino que el amor perfecto expulsa el temor (cf. 1 Jn 4, 18). El corazón de Jesús, por estar vacío de todo miedo, es un corazón que se entrega, que no escatima ni se guarda como pieza de museo para conservarse intacto; es un corazón atravesado, herido, pero que no por ello deja de amar y de perdonar.


Es además, en palabras del mismo Jesús, un corazón manso y humilde (cf. Mt 11, 29), es decir, despojado de todo trazo de agresividad, de violencia, de tiranía, opresión y soberbia. Estamos hechos a imagen de Dios y buscamos parecernos a Él, por eso pedimos que haga nuestro corazón semejante al corazón de Jesús. En América Latina hay un canto popular que se escucha comúnmente en la celebración eucarística, lanzando a Dios una petición muy concreta: «Danos un corazón grande para amar, danos un corazón fuerte para luchar». Queremos ser hombres y mujeres nuevos, con corazones nuevos, corazones que, transformados por el amor de Dios, dejan de ser de piedra y se hacen de carne; carne viva y palpitante, que lucha por el bien, que ama a la manera de Jesús.


Una de las jaculatorias más populares es aquella que dirigimos al Sagrado Corazón de Jesús, en quien depositamos nuestra confianza. A Jesús, a su corazón, podemos decirle «En ti confío», porque sabemos que su corazón sólo puede amar, amar siempre y a todos; que en su corazón encarnado y ensanchado cabe cada fatiga, cada dolor, cada sufrimiento, cada pena y también cada gozo, cada pequeño triunfo y alegría sencilla. Jesús tiene corazón, un corazón que nos acoge a cada uno de nosotros con todo lo que somos, y así nos ama.


Amar a la manera de Jesús puede sonar inalcanzable para nuestra humanidad.

Donde hay dos o tres, la cosa se complica. Nuestras diferencias muchas veces nos dividen, nos ganan los deseos egoístas y buscamos el propio bien antes que el de los demás; pretendemos imponernos, excluimos, menospreciamos, somos indiferentes al otro.

Pero también, donde hay dos o tres reunidos en nombre de Dios, ahí está Él. Así que quizás la clave está en no fiarnos tanto de nuestra voluntad, como de su gracia, que nos capacita para lo aparentemente imposible: servir, incluir, valorar, escuchar atentamente, atender las necesidades del prójimo. Hemos de sumar nuestros débiles esfuerzos a la fuerza de su amor, seguros de que del corazón de Jesús brotará lo necesario para querer bien a nuestros hermanos.


bottom of page