por: Marcelo Arroyo, RJI Bio Bio
El Domingo de Ramos empieza con una entrada triunfal, Jesús, ingresa en Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Siendo el hijo de Dios, pudo hacer ingreso a la ciudad en una carroza de sol, alabado por un coro celestial. Sin embargo, entra en un humilde burro, la humildad del Rey de reyes nos da a entender que él está presente en todos nosotros, está en absolutamente todos nuestros hermanos y hermanas, mayores y menores.
Es así como damos inicio a nuestra Pascua, la multitud recibe y venera a Jesús, dicen hosanna, ponen mantos y ramos a sus pies. Él se veía sencillo como ellos, él era uno de ellos, él era su salvador. No obstante, algo ocurrió en esa multitud, que de la celebración pasó a la rabia, de la alegría pasó al deseo de muerte, crucificándolo. Ellos no comprendieron la enseñanza, no pudieron entender que la salvación era espiritual, que el reinado era de amor.
Ahora bien, nosotros como cristianos, teniendo como testigo estas lecciones, ¿impedimos la crucifixión de Cristo, ese Cristo que está presente en todos nuestros hermanos y hermanas? ¿O somos como la multitud, ignorando las injusticias, permitiendo el sufrimiento, hiriendo, no comprendiendo la enseñanza? Y si no pudimos prevenirla, ¿Nos conmueve ver a Cristo crucificado? ¿Lo acompañamos en su dolor? ¿Somos luz en el sufrimiento?
El Domingo de Ramos empieza con una entrada triunfal, repliquemos esa misma entrada de Jesús en nuestro corazón, pero esta vez, comprendiendo realmente su enseñanza y con ello, actuar en nuestro entorno, hallando a Dios en todas las cosas.
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