Preparándome para el sacramento de la confesión meditaba en la misericordia de Dios, pensaba en cómo me debo acercar a este sacramento: como un amigo que busca a un amigo en tiempo de dificultad, como cuando volvemos a casa después de un día difícil, esperando un abrazo que vuelva a unir las piezas que se han resquebrajado.
Y meditaba cómo este amor de Dios, que se siente como lugar seguro, como hogar, como calor, tiene unas características más que paternales, maternales. ¿Pero es posible esto? ¿No se supone que Dios es un padre?¿Será que también es madre?
En nuestra Latinoamérica la figura de la madre ha sido el centro de la sociedad, por su amor y ternura, pero también por su fuerza y capacidad de sobreponerse a la adversidad. Y tristemente la figura del padre no siempre es bien referenciada, herida por tantos padres arraigados en el maltrato, el machismo y el abandono. ¿Será que Dios es padre o madre?
Leyendo el precioso libro de Henry Nowen, El regreso del hijo pródigo, aprendía de él como Rembrandt al pintar la escena del Padre Misericordioso abrazando a su hijo pródigo, expresó algo muy profundo en las manos de este padre: Las dos manos son muy diferentes, una mano es firme y fuerte, la otra parece ser más delicada, cercana y cariñosa. De esta manera entendía que Dios en su plenitud es padre y madre, un padre presente, que no abandona ni hiere, pero también una madre que engendra, acaricia y seca las lágrimas.
Dios es padre, pero también es madre. Dios es Madre que lucha por sus hijos, que madruga a preparar los alimentos, que aconseja, acompaña y que llora en silencio el dolor del hijo que se va.
Entonces así podemos lograr que se cierre la brecha que a veces sentimos hay entre Dios y nosotros cuando le vemos solo como padre. Quizás contemplarlo también como madre nos ayude a verlo como aquel lugar seguro donde podemos ser nosotros mismos, y aceptar ese abrazo que está siendo permanentemente ofrecido para nosotros.
También aprendí del maravilloso Anselm Grün que otra forma que hemos tenido como Iglesia, y en especial en Latinoamérica, de relacionarnos con la feminidad de Dios es la relación con la Virgen María.
María es madre de Dios y de la iglesia, y para muchos ha sido el rostro femenino de Dios, que nos ha acercado a ese lugar cálido y hogareño que es el corazón de Dios. Quizás el abrirnos a una experiencia sana con María nos pueda ayudar a sanar un poco el corazón y a acercarnos a ese Dios que es madre, y que también ha querido darnos a su madre.
En este mes que en tantos lugares del mundo es dedicado a celebrar la maternidad, te invito a dejarte encontrar por el amor maternal de Dios, a través de Él mismo o de la Santísima Virgen María.
Te invito a abrirte al abrazo que sabe a hogar y que es tan necesario para tomar fuerzas. Y que puedas recordar siempre, en especial cuando lo sientas lejos, que Dios es padre, pero también madre.
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