La riqueza de la personalidad de Ignacio de Loyola ha sido analizada por especialistas en el estudio de sus escritos personales y de sus obras. En verdad, Ignacio tuvo una personalidad sobresaliente y que llena de admiración. Aquí se recogen algunos de sus rasgos distintivos que brotan de su carisma y que luego se manifestaron claramente en su estilo de gobierno durante los 16 años en que estuvo de General de la Compañía de Jesús (1540-1556). Su carisma personal se refleja en su estilo espiritual o en su espiritualidad, expresada en los Ejercicios Espirituales, escritos por él como forma de ayudar a otros en el encuentro con Dios. Sin pretender agotar la descripción de los rasgos fundamentales de su personalidad, se sugieren los siguientes rasgos como particularmente relevantes y los cuales, en alguna forma, reflejan también aspectos claves de su espiritualidad que se verá más adelante.
1. La sensibilidad y apertura al mundo que lo rodeaba para descubrir allí la Voluntad de Dios. En este sentido, con razón, él mismo se llamaba “El Peregrino” y manifestaba con ello principalmente su búsqueda constante de la Voluntad de Dios y su disponibilidad para seguirla aun en las situaciones más complejas que le tocó vivir.
2. En consecuencia, su búsqueda como peregrino, durante toda su vida, por conocer interna- mente a Jesucristo para más amarlo y seguirlo (cfr. EE., 104), realizando su Voluntad como respuesta de gratitud a ese amor incondicional de Jesucristo. De allí aquella frase suya en los EE. (n. 233) que se convierte como en un lema que recoge lo mejor de su espiritualidad: “En todo amar y servir!”
3. La aplicación del Discernimiento Espiritual como medio privilegiado para buscar y hallar la Voluntad de Dios en su vida (EE., 1). En consecuencia, el haber logrado, con la gracia de Dios, llegar a ser “contemplativo en la acción”, es decir, el poder ver a Dios en todas las cosas y situaciones de la vida y estar disponible para cumplir así, su Voluntad en todo, dentro de la Iglesia concreta del siglo XVI. Este discernimiento se realiza, ordinariamente, en el Examen de Conciencia diario o “Pausa Ignaciana”, a través del cual uno va tomando conciencia de la acción de Dios en la propia vida.
4. La búsqueda continua de la excelencia como una respuesta adecuada al amor que él sentía por Jesucristo y que lo expresaba con el “magis”, superando permanentemente la mediocridad en su vida y pidiendo a los jesuitas que vivieran así. Una consecuencia de esta vivencia era su decisión de poner el amor que le profesaba a Jesucristo primero en las obras más que en las palabras. El lema de la Compañía de Jesús: hacerlo todo buscando la Mayor Gloria de Dios, es la conclusión lógica de este rasgo ignaciano.
5. La disponibilidad para realizar la Voluntad de Dios, ya indicada, y el asumir el cambio exigido por el entorno de acuerdo con su principio “según los tiempos, lugares y personas”. Ignacio denominaba con frecuencia este principio y disponibilidad para adaptarse, como “discreción” o “discreta caridad” (cfr. Constituciones de la Compañía de Jesús, particularmente la Parte III, en el c. 2).
6. El liderazgo significativo que ejerció entre sus primeros compañeros durante sus estudios en la Universidad de París y, luego, como General de la Compañía de Jesús. Este liderazgo tuvo características propias y distintivas como, por ejemplo, el ser visionario y emprendedor en la realización del Reino de Dios, mostrando en él la creatividad, la innovación, la perseverancia hasta el final respecto a las obras emprendidas; ser exigente e igualmente afectuoso en el go- bierno de la Compañía; ser radical en el servicio que se debe a Jesucristo; ser coherente con los principios de su carisma espiritual expresado en los Ejercicios Espirituales y que le muestran como un pedagogo y un maestro excepcional.
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