Por: Jhoanna Alfaro, Caporal de Gitanos Peregrinos del Tamarugal
Por afortunadas situaciones en mi adolescencia, llegué a los bailes religiosos y ahora, ya lejos de esa adolescencia, siento que ha sido uno de los tantos regalos que he recibido de Dios.
Han sido años maravillosos, llenos de experiencias. Vivir mi fe de un modo tan distinto al que pueda tener el común de la gente.
Vivirla con una mirada hacia lo divino y transformar lo terrenal en sagrado, en la sencillez y la libertad de poder decir “yo vivo y comparto mi fe”.
La vivencia de mi fe va de la mano con la convicción de que esta no se puede vivir en soledad, tampoco encerrada en una propia creencia, sino que hay que compartirla.
Hoy ya en la madurez de mi vida, veo que no he podido vivir de mejor manera mi fe. Porque vivir en comunidad es para nosotros la esencia de lo nuestro, si hay algo que tengo claro, es que, más allá de toda creencia lo que prima en lo que vivimos es la comunión, la entrega y el servicio.
Me hace muy feliz que, tal como llegué un día, llegan muchos en la búsqueda para conocer y entender esta forma tan particular de ser Bailarines del Silencio y desde ese silencio sentir el llamado de Dios a compartir nuestra experiencia de vida por medio de la fe.
Transmitir nuestra devoción, mostrar nuestra forma de expresarnos, también ha sido un regalo. De alguna forma, nuestro peregrinar es una forma de evangelizar a otros que buscan a Dios.
Amo lo que vivo.
En mi baile comparto con muchos jóvenes, jóvenes que tal como yo un día se enamoran de esto.
Siempre digo que el mayor legado que podría dejar es el de saber que he podido llegar a muchos con mi experiencia de Fe.
He hecho de mi baile mi familia, en donde he aprendido a querer y acoger y he sido también acogida con cariño.
En medio del baile he aprendido a acoger a las “visitas”. Hacerlos sentir que ya no son visitas, si no partes de este grupo de devotos. Que sus manos son importantes para tejer nuestra historia.
Vivimos llenos de colores, colores que llenan de alegría y festejan. Llenamos de colores lugares en donde la tristeza, la pobreza flagelan. Llenamos de colores el desierto, que abre paso a centenares de fieles, que de una forma distinta, buscan a la Carmelita, como el pequeño niño que busca el regazo de su madre.
Vivir todos estos años inmersa en este mundo que para muchos puede resultar extraño, para mí ha sido encontrarme con Dios, por medio de María. Ha sido hermoso sentir el inmenso amor que ellos nos tienen. He sentido la mano acogedora de María en tiempos difíciles. He sentido la voluntad de Dios en todo. He encontrado también la manera de agradecer tanto bien recibido. He podido formarme y formar a otros. He aprendido que Dios en su gran misericordia nos muestra una forma distinta de ver al otro, con un corazón más solidario. Que bailar por devoción tiene que también, ser una acción de Servir y ayudar.
Pudiese estar narrando y tratando de plasmar lo que significa esto, pero créanme que solo el decir que la inmensidad de los sentimientos de amor a Dios es que buscamos la manera más humana posible y que se vuelve canto, danza y alabanza para Él y su Santa Madre.
Somos bailes, pero somos religiosos, no solo el arte es el que nos mueve sino que también la fe.
En este tiempo en donde el mundo está enfermo y llora muchas pérdidas y vive la desolación de estar todos separados, seguimos buscando la manera de ser religiosos y comprender que muchos necesitan de nuestra ayuda y es ahora cuando nos ponemos al servicio del que hoy sufre…es la manera más gratificante de llenar de nuestros colores, de llevar nuestra fe.
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