Por: Erika Zuchel Pérez, psicóloga.
En este último año, hablar de salud mental se ha puesto de moda y agradezco a quienes han permitido visualizar una realidad, escondida para algunos. Es cosa de poner el algún buscador de internet “Salud mental” y descubrir artículos, opiniones y sitios gubernamentales asociados al tema.
La salud mental es tan relevante como la salud física, sólo que da un poco de vergüenza asumir que algo no anda bien, que no nos sentimos bien; para algunos es mejor estar afectados de un dolor concreto, de una herida, de algo que se resuelve con un fármaco, procedimiento o reposo, que asumir que es “el alma, el corazón el que está afectado” y que su recuperación además del tratamiento con fármacos, con reposo requiere de un procedimiento que busca ahondar en lo más profundo de cada persona, así descubrir y redescubrir la esencia del ser humano.
Reconocer que se tiene una enfermedad de salud mental también debiera ponerse de moda, no en el sentido de querer tener una patología, sino en ser capaces de asumir el diagnóstico y el tratamiento indicado, lo cual en la mayoría de los casos conlleva tiempo.
Frente a esto me pregunto ¿Por qué cuesta asumir que se tiene una enfermedad de salud mental?: Creo yo, porque siempre se ha inculcado en nuestras mentes que una persona exitosa e inteligente es aquella capaz de resolver por sí sola sus inconvenientes; que aquel que “llora” es débil, porque además le tememos al cambio, y porque muchas veces nos guiamos por falsas expectativas, un tanto televenolezcas, como que la vida siempre es “color de rosa”, que siempre debemos estar felices y conformes con lo que nos pasa. Pero la vida real implica y requiere pedir ayuda cuando algo no se puede resolver, implica el vivir y convivir junto a otro, que tiene formas de relacionarse quizás parecidas o tan distintas a la de uno, conlleva el aceptar que uno no es perfecto, que tenemos debilidades y a su vez oportunidades de cambiar.
A propósito de lo anterior, se me vienen a la mente dos situaciones, a modo de ejemplo, donde se evidencia este miedo a reconocernos: la primer es en entrevistas de trabajo, donde se preguntan por las debilidades y fortalezas personales. Nunca he entrevistado a alguien que las reconozca, incluso aquellos con experiencia en entrevista, les dificulta esa área ¿Por qué? ¿Para que los contraten así “perfectos”? La verdad es que es más contratable alguien con debilidades identificadas y asumidas, que otro que prefiere ocultarlas o evitarlas.
Otra situación se plasma en la película animada “Los Croods”, en esta una familia de la prehistoria, principalmente el padre, teme a cualquier situación que sea distinta, por temor a morir, hasta que entiende que dar el paso al cambio es lo único que puede mantenerlos con vida. Traspasando este ejemplo a la vida cotidiana, cuando alguien se da cuenta que las cosas no van bien, ya sea porque se alejó de los otros, porque siente tristeza por cosas triviales, porque hay dificultades para concentrarse, porque se siente menos o más hambre, o porque prefiere no salir y en casa el mejor panorama es no hacer nada (en realidad da lo mismo hacer algo o no hacer nada). Que es cuando Grug, el padre de la película, no se atreve a subir al árbol para dormir, sino que prefiere quedarse abajo, desde ahí descubre e intenta dar los primeros pasos de cambio. En ese momento es cuando se debe tomar la decisión de pedir hora al psicólogo o al médico, luego viene la segunda cita y de ahí hasta alcanzar llegar al otro lado del muro.
Este proceso, fue descrito por Prochaska y Di Clemente para describir las conductas adictivas, pero aplica para cualquier situación, y consiste en la existencia de 6 etapas consecutivas, que van desde una etapa precontemplativa; donde la persona se da cuenta que algo no anda bien, el pensamiento puede ser “yo reacciono así, porque los otros me provocan”; luego viene la etapa contemplativa, acá existe un poco de conciencia de la realidad, es decir, asumir que algo ocurre y que yo debo hacer algo para el cambio; para dar paso a la etapa de preparación, que es asumir con mayor grado de conciencia que algo ocurre con mi vida, esto trae consigo la acción; que es ya pedir hora al especialista, luego viene la mantención; que es todo el proceso de terapia para luego a la finalización; cuando se genera el alta terapéutica. En este último período pueden ocurrir recaídas, que son aquellas conductas como cambiar la hora, no ir a la terapia, no tomarse los remedios o cualquier otra acción que boicotee el proceso. Es esperable y normal, lo importante es que cuando se da el primer, segundo y hasta el décimo paso no hay vuelta atrás y la recuperación estará más cerca.
La invitación es darse un tiempo personal para reconocernos, hacer una pausa diaria consciente y objetiva es una gran herramienta, pues al saber quién soy, como estoy actuando y que me falta en la vida, puedo llegar a pedir ayuda cuando algo no me resuene.
Se debe perder el miedo a sentirse “débil”, quien lo logra refleja gran fortaleza interior y siempre habrá alguien que pueda acompañar este proceso.
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