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Foto del escritorTiempo Magis

La reforma de la Iglesia está en marcha

Por: Sergio Micco, doctor en filosofía.


La expresión “crisis de la Iglesia” huele a muerta, de tanto repetirla y repetirla en conversaciones tristes y depresivas. Hablo de muerte pues si sólo nos quedamos en el diagnóstico de lo mal que estamos, no solo nos paralizamos, sino que seremos incapaces de contemplar los síntomas del nacimiento de una nueva iglesia. Eso es lo que supo ver, San Francisco de Asís, el reformador cristiano por excelencia. ¿Qué nos invitaría a descubrir el santo de los pobres y de todas las creaturas de Dios?


Cuando San Francisco pensaba en la iglesia no tenía en mente al Papa, ni a los cardenales ni a las instituciones vaticanas. Su pequeña asamblea era sus amigos: Fray León, Bernardo de Quintaval, Clara de Asís o Jacoba Settesolli. Esto me recuerda un encuentro nacional de jóvenes católicos. El viernes todo era tristeza y rabia: “Que el obispo aquí, que el Papa allá y que el proceso canónico de acullá”. Sin embargo, al otro día, el sábado por la mañana, entre tazas de café y platos de galletas, cuando se juntaron las comunidades, muchas de cuales no se conocían, todo fue alegría contagiosa y compartida. Esa era la iglesia, su iglesia.


Para San Francisco el cristianismo era seguir la “huella y pobreza del Señor”; la tarea principal era estar con los pequeños. La formación doctrinaria es central en la vida de un católico: tenemos que saber en qué creemos. Sin embargo, la esencia del cristianismo es estar con los que sufren. Eso también ocurre en la iglesia hoy. Los jóvenes de los voluntariados católicos, las pastorales de migrantes, las fundaciones que ayudan a los niños abusados, están ahí. Es más, apuesto que el trabajo católico con los marginados se verá fortalecido, porque sólo una iglesia humilde con los humildes podrá ser respetada; no por poderosa sino que por servicial.


San Francisco nos enseñó igualmente que toda conversión institucional supone la paciencia y el respeto de los plazos de la iglesia. Sus tiempos no son los del mundo. Si un grupo de jóvenes quiere hacer los cambios aquí y ahora camina a su ruina. Relato otra anécdota que demuestra que el precio de la victoria es saber esperar. Supe que un laico, tras realizar una charla, fue abordado por tres religiosas centroamericanas. Estas le dijeron que no se debía angustiar tanto por la desmedrada situación de la mujer en la iglesia, como lo había hecho sentir en su exposición. Con humilde y maliciosa sonrisa una indicó a las otras dos diciéndole al estupefacto profesor: “Nosotras somos los curas párrocos. Se murió el curita; el obispo no encontró sucesor, y nosotras no podíamos dejar botado al rebaño de Dios ¿No?” Estas monjas lo tenían claro: el camino del Señor es, a veces, lento y sinuoso, pero tiene una meta clara; en este caso, la plena incorporación de la mujer en la Iglesia.

San Francisco, para hacer la reforma, se apoyó en los evangelios, la vida de los apóstoles y en antiguas tradiciones del cristianismo primitivo. La iglesia original tenía una estructura horizontal, no tan jerárquica como la que hemos tenido… hasta ahora Otro caso más sirva de ejemplo. Una vez me relataron que una treintena de jóvenes pusieron el grito en el cielo cuando supieron que su confirmación se realizaría ante un obispo, ampliamente cuestionado. “No nos confirmamos” decidieron. Sin embargo, uno de ellos expresó que la confirmación era para y ante Jesús ¿Qué importancia tenía si se hacía ante tal o cual autoridad? ¿Conclusión? “Nos confirmamos” El silencio que sobrevino tras la decisión fue roto por un joven que preguntó: ¿Cuándo el obispo estará fuera de nuestra ciudad? Uno le contestó que en tal fecha. “Pues en ese día nos confirmaremos”, propuso el líder del grupo. Y así lo hicieron. El procedimiento usado no es para aplaudirlo, pero esos jóvenes, esa tarde, descubrieron la iglesia de las primeras comunidades, en la cual todos eran iguales, todos sacerdotes, profetas y reyes.


La reforma de la Iglesia está en marcha. ¿Queremos ser parte de ella? La cuestión es abrirnos a aquellas cosas, por pequeñas que sean, que nos llaman a la esperanza. De lo que se trata es de participar, lo que no es otra cosa que sentirse parte y tomar parte. Esto se hace en comunidad, con los marginados, en concreto y con la vista puesta en la meta que está muy lejana: iglesia como pueblo de Dios, pobre y para los pobres. Es el camino de San Francisco de Asís. Esta senda, en este mismo instante, está siendo recorrida por cientos de jóvenes, para mayor Gloria de Dios. Esto es lo que he visto y oído.

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