Por: Federico Aguirre, Academico Facultad de Teologia UC.
Durante el año 2018 me tocó conocer a la comunidad de pescadores de la Caleta Portales. Me encontraba desarrollando una investigación sobre fiestas religiosas a lo largo de todo Chile, y había escogido este emblemático espacio de la vida porteña como caso de estudio. La razón de esta elección, junto con un criterio de representatividad geográfica (Norte, Centro y Sur) e iconográfica (Cristo, la Virgen y los santos), fue la impronta urbana que asume la celebración de san Pedro en este lugar.
La fiesta de san Pedro y san Pablo se celebra a lo largo de todo nuestro litoral desde la época de la Colonia. En cada tiempo y lugar se celebra de manera diferente: en las playas cálidas del norte, en la costa accidentada de la zona central, en los mares aciagos del sur. Hay música, hay bailes, algunos religiosos otros recreativos, hay comidas y bebidas regionales, hay encuentros y celebraciones, sagradas y profanas, y se dan diferentes formas de organización comunitaria: sindicatos, pastorales, comunidades indígenas. Ninguna fiesta es igual a otra. Ni siquiera la misma fiesta se celebra igual todos los años.
El año que asistí a la fiesta de la Caleta Portales no se pudo hacer la tradicional procesión por mar a causa del mal tiempo. Este evento, que consiste en hacerse a la mar con la imagen del santo y recorrer el litoral en las lanchas adornadas, caracteriza especialmente la celebración de esta fiesta. Es justamente lo que la diferencia de casi todas las otras fiestas religiosas de nuestro país, en las que la procesión se hace por tierra. Hicimos todo lo posible para que resultara, incluso nos habíamos organizado para acompañar a los pescadores en una salida a pescar, pero no fue posible. Me decían: “no sabes la libertad que se siente viendo amanecer mar adentro, la calma y la paz que hay en ese lugar”. También querían que experimentáramos, aunque fuera una vez, los sacrificios y peripecias de la vida del pescador.
Desde una mirada esencialista, parecería que me perdí lo más importante. Pero no fue así. Incluso es probable que, de haber podido asistir a la procesión por mar, no hubiera llegado a barruntar qué significan para un pescador san Pedro y el mar, como sí lo hice conversando con ellos entre vinos y reinetas. Otro tema recurrente en nuestras conversaciones, fue la precarización de sus vidas a causa de la Ley de Pesca. Así, me di cuenta de que la fiesta, además de instancia de celebración del santo y de la identidad de una comunidad, puede asumir también el carácter de una reivindicación política.
Estudiar una fiesta es como estudiar a una persona: todas son diferentes, únicas e irrepetibles, y el único modo de conocerlas es a través de una relación. Mirándose, tocándose, conversando y guardando silencio. Pasando tiempo juntos. Interpelándose. Dejándose conocer. Así como Jesús nos reveló al Padre.
Debo decir que, conociendo a los/as compañeros/as de la Caleta Portales ese invierno del 2018, conocí a San Pedro de manera más íntima. La figura del santo en mi memoria ya es inseparable de aquellos rostros concretos, de hombres y mujeres esculpidos por la ventisca marina. Aquel hombre simple y tozudo, de buen corazón, que se equivoca y mete las patas, pero que una y otra vez se levanta. Un luchador. La biografía de san Pedro se sigue escribiendo aquí, a miles de kilómetros de Roma.
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