Por: Raimundo Salas SJ
Estamos acostumbrados a escuchar el siguiente relato en diciembre, un hombre tuvo que viajar a otra ciudad por una decisión política del gobernante, y emprendió el viaje con su mujer que estaba embarazada. Pero, en la nueva ciudad le llegó la hora a su mujer, y no encontraron lugar en la posada, y el niño nació en un pesebre.
Y cada diciembre nos conmueve cómo Jesús no encuentra un lugar digno donde nacer. Nos conmueve la indiferencia de las personas de la posada con José, María y Jesús, porque nos preguntamos por las condiciones dignas en que un niño - cada niño - debe tener al llegar a este mundo.
Pero, cuando esta historia se repite en otras personas no nos conmueve. Cuando personas de otro país vienen a realizar su proyecto de vida a Chile (i.e., migrantes), y buscan trabajo formal para poder subsistir, no pareciera conmovernos esta grave necesidad. Los hacemos esperar un buen tiempo para otorgarles el permiso necesario para trabajar de manera formal, y terminamos exponiendolos a la precariedad y riesgos del trabajo informal. ¿Por qué les cerramos las “puertas del trabajo” como hace tiempo les cerraron las puertas de la posada a José y María?, ¿por qué no nos conmueven historias actuales que repiten la indiferencia que padecieron José y María?
Al respecto, creo importante no entrar dinámica defensiva - es distinta porque…, no se debe a que… -, sino preguntarse qué debería hacer por Cristo que está presente en cada persona migrante que queda expuesta a la precariedad y a los riesgos del trabajo informal por un tiempo excesivo para toda persona. Creo importante mirar la situación con otros ojos, y no repetir la indiferencia que dejó a Jesús en un pesebre. Para que así podamos acoger a las personas que vienen de afuera, proveerles lo básico (acceso a poder trabajar formalmente, por ejemplo), y aprender a convivir juntos. No podemos dejar que suceda como antaño: “no tenían sitio…” (Lc 2, 7).
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