Por: Camila Díaz, Cientista Política.
La identidad política de las personas se forma por variables y/o recuerdos de largo, mediano y corto plazo. Mi primer recuerdo político es de 1999, en el liceo Carmela Carvajal de Puerto Montt, cuando acompañé a mi mamá a votar. En los recuerdos que de repente aparecen visualizo la larga fila y el entusiasmo de la gente en participar. Mi último recuerdo, en cambio, es del almuerzo de hoy, donde con un profesor conversamos de cómo vemos el escenario político y cuáles son los pasos más importantes de lo que viene. Harto ha cambiado en estos 19 años, la política se ha transformado en mi conversación diaria y no solo por haber estudiado ciencia política sino porque los tiempos nos han hecho interesarnos en solucionar nuestros problemas estructurales.
Este último mes he tenido un cuestionamiento constante de todo lo que sé, de lo que he aprendido y he creído entender de la política. La mayoría de las politólogas/os y cientistas sociales en general estábamos muy conscientes de este escenario y de las cifras que tanto hemos escuchado en las últimas semanas. Las chilenas y chilenos no se identifican con los partidos políticos, creen que el sistema no funciona y han bajado los niveles de confianza en las instituciones. Esto es algo dramático para nuestro sistema, dicen algunos, y ha cambiado drásticamente desde la vuelta a la democracia. De acuerdo con datos del Centro de Estudios Públicos, mientras a principios de los años noventa el 69,2% de la ciudadanía se identificaba positivamente con un partido y hoy sólo el 19% se identifica con un partido. El eje izquierda-derecha ha quedado cojo para explicar y para entender cómo funciona la identidad política de las personas. Y esto, sin duda, ha sido también un resultado de la gran desigualdad en el país.
Muchas pueden ser las respuestas a este escenario un tanto desalentador. Yo me inclino por cuatro, primero, los partidos políticos que han sido los principales canalizadores de las demandas de la ciudadanía han respondido sólo a practicas elitistas, olvidando representar a aquellos y aquellas que le dieron la posibilidad de llegar al poder. Segundo, lo anterior ha generado un sentimiento de desconfianza y rechazo hacia el político de carrera, puesto que estos han sido los mismos que se han mantenido en el poder. Un ejemplo claro son los niveles de aprobación que existen actualmente al presidente y al gabinete que bordean los 10%, de acuerdo con la última encuesta Cadem (01/12/19). Tercero, la esperanza de una democracia más justa e ideal, sólo perpetúo y blindo los cambios de la dictadura, lo que generó menor educación cívica, desinterés en las políticas en general, desinformación y, por lo menos, dos generaciones silenciadas y miedosas a cualquier forma de manifestación. Por último, a pesar de lo que la mayoría de las personas pueden pensar, en los últimos diez años las manifestaciones pacíficas y las organizaciones sociales han aumentado considerablemente, eso significa que de cierta forma se han canalizado las demandas deficientes en la sociedad. No obstante, a pesar de estos esfuerzos sociales, los cambios, el interés y las políticas no llegaron.
Sin duda lo anterior ha hecho que se acumulen por años resentimiento y rencor a las instituciones políticas. Pero ¿quién es el real culpable? ¿Son sólo los políticos que han hecho uso de su poder para su beneficio? O, ¿También hemos sido nosotras/os que hemos dejado de participar y de exigir? A estas preguntas me inclino nuevamente a una respuesta un tanto neutra. Claramente, ambos sectores han sido los culpables, los políticos han caído en el uso desmedido de su poder, en delitos tributarios y de otros tipos que han sido por mucho tiempo pero que se han destapado en los últimos años. El pueblo, por su aparte, ha subvalorado su poder y ha dejado de participar en la única instancia que como democracia tenemos para participar, la gente ha dejado de votar, se ha olvidado que la democracia por definición es el gobierno del pueblo y que el poder reside en él. Esto ha hecho que se escojan políticos en el poder ejecutivo y legislativo con menos del 50% de participación de la ciudadanía que está calificada para votar.
El escenario es claro, y lo ha sido por mucho tiempo, el futuro es incierto pero prometedor. Lo que está pasando ahora en Chile es una oportunidad única para pedir cambios estructurales profundos, para pensar que tipo de democracia queremos, para radicalizar y crear más y mejores instancias de participación y nuevas lógicas de organización social. Con esto me refiero, a tratar de cambiar la individualización que se implantó con el modelo neoliberal a un modelo social comunitario, que es también el ejemplo que Jesús nos ha enseñado. Aquí me gustaría profundizar, y responder a la pregunta ¿cómo la política se une con el ser buen católico? Un católico desinteresado en la política está desconectado con el ser cristiano. El católico y la católica debe entender que todo acto es político, porque todo acto conlleva juegos de poder que necesitamos meditar. Cuando a mi me enseñaron que hacía la ciencia política, me dijeron que lo que hacíamos era estudiar el poder y sus distintas formas. Un católico que se desligue de los procesos que están aconteciendo es un católico a medias y, por sobre todo, reniega de nuestras raíces cristianas. Jesús cuestionó todo en su época, desde la forma en que se enseñaba en las sinagogas hasta el trato de los hombres a las mujeres, ¿esto no es acaso un acto de cuestionamiento de poder? Hoy nuestro deber es entender, ayudar, visibilizar, cuestionar y aportar desde cada una de nuestras veredas, con una visión de justicia la forma en que la desigualdad se perpetua y ayudar a construir este nuevo Chile. Y por supuesto TENER FE, así como la tenemos para pedir a Dios por algo que tanto queremos o necesitamos o como cuándo agradecemos desde lo más profundo de nuestra alma.
Chile en la región fue por mucho tiempo el mateo de la clase, que se sacaba las mejores notas pero que en su interior estaba destruido, con miles de problemas, probablemente con depresión y ansiedad. Y, lo que está pasando ahora es el acto de rebeldía, es revolución, es prometedor y no nos podemos quedar atrás porque lo que estamos haciendo es política en la calle, replanteando la definición que nos han dado por muchos años. Así como cualquier definición, la política al ser un concepto de relación de unos con otros se construye en la práctica.
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