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Foto del escritorTiempo Magis

No hay pobres, hay dioses

No hay mascarillas, el viento sopla maderas prensadas sobre un piso de baldosas; música bachata interrumpe el pensamiento y los pies se llenan de tierra, dedos sucios, mientras Chile glorioso sigue la pulcritud de un Mall. Es difícil describir la realidad que se vive en los 138 campamentos catastrados en la RM. La realidad me quiebra en llanto cada vez que voy de vuelta a casa, en la micro, o en la esquina de mi barrio, se me doblan las rodillas por el dolor de ser cómplice del sistema, que empobrece y olvida. Sólo piden ser vistos, entendidos, quieren dejar de sentirse extraños en su propia patria, con decisiones políticas y sanitarias que no hacen sentido a sus límites. Vivir entre basura, sin sombra, narcotráfico y malos tratos, ¿Cuántos de nosotros escogería esa vida? Entregar la vida, morir un poco.


Podemos donar plata, ir a trabajos de construcción, dar un oído, pero nada de eso serviría. El Padre Hurtado es un antes y un después, en la visibilidad del empobrecido sistemático, nos entregó la llave hacia la solidaridad, es una semilla del amor en Chile. Pero nos quedamos dormidos, con pequeñas píldoras para sentirnos bien, y que sentir ayudamos en algo, pero cerramos el celular o el computador, y volvemos como ovejas al corral del orden, al círculo ciego de seguir con nuestras vidas, sálvese quien pueda, para después dormir en los brazos de falsos dioses y sus intereses mezquinos, donde el pago de su servicio es la injusticia y la pobreza de algunos. ¿Cómo arrodillarme ante él sacramentado, y al mismo tiempo ante los likes, la fama, el comprar autos y ropa de marcas, el querer escalar por poder, por tener más plata? Pudo haber sido un buen intento, servir a dos Dioses, pero fallamos, hemos sido engañados, por nosotros mismos.


Felipe Berrios, en su libro “Todo comenzó en Curanilahue”, relata que esta confusión de dioses, de la cual no hemos sabido escapar, nos transforma “al igual que Judas; optamos por quedarnos con el dinero a cambio de traicionar a Jesús. Para terminar con la injusticia y los falsos ídolos, es necesario plantearse en qué Dios creo y en qué Dios no creo” siendo nuestras vida algo lleno de mentira, y de vidas incoherentes, donde no sabemos qué nos pasa, por qué estamos llenos de ansiedad y no sabemos entregar paz a nuestra mente.


Quizás suena duro, pero si esto significa despertar conciencias para él más amor al que sufre, que así sea, para dejar de ser una Iglesia que no se dice las cosas a la cara, que se mira a sí misma como centro. Amamos al mundo desde una cierta teología más que de una experiencia fraterna con Cristo, porque nuestro valores y principios son los del mercado, el crecimiento económico y no los derechos humanos.


¿El camino? San Ignacio sus ejercicios, donde con y en Cristo podemos encontrarnos con los demás. Caminemos hacia una espiritualidad verdadera, madura, que siempre nos sacará de nosotros mismos y nos llevará a compartir la vida, con Jesús. Y así, ser católicos en la paz, con los pobres, y no con mirada de “pobrecitos”, sino por la riqueza que estará entre ellos, Dios. Morir un poco, dejar sueños egocéntricos, que en el encuentro vivirá Él, a través de otros, como en los campamentos donde está el maestro, en sus caras, en casas que se llueven, sin agua potable, celulares sin señal, sin otros dioses, sólo Cristo.


Por: Yareth Salazar, pre novicio jesuita.


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