José María Jarry, Pre novicio jesuita.
Este mes se cumplen tres años desde la visita del Papa Francisco a Chile. La llegada del Pontífice a nuestro país fue en medio de escándalos de abuso y los niveles más altos de desconfianza en la Iglesia. La encuesta Bicentenario del año 2017, que mide la confianza en las instituciones, ponía el índice de confianza en la Iglesia (60%) como el más bajo después de las empresas (65%). Con esos números se preparaba la llegada de Francisco, y el ambiente que rodeaba el evento transitaba entre la emoción, la desconfianza y la expectación de lo que el Papa podría decir respecto de la golpeada situación elcesial en Chile. Recuerdo que, teniendo en mente todos estos datos, esperaba la visita del Papa Francisco con una esperanza prudente -incluso algo dubitativa-. Es que el clima era especial, mis círculos de amigos se dividían entre los que veían con alegría este evento y aquellos a los que les ganaba el escepticismo, e incluso un frontal rechazo. Sin embargo, el momento en el que el vuelo que llevaba a la comitiva Papal aterrizó en el Aeropuerto de Santiago fue impresionante. Lo estábamos viendo por la pantalla gigante que habían dispuesto en la sala de prensa del Hotel Sheraton, donde justo estaba conversando con un amigo de una radio comunitaria que por esas cosas de la vida -o providencialmente- había conseguido ser prensa acreditada. Mientras todos los periodistas que estaban en la sala salían corriendo a hacer despachos o preparaban rápidamente sus equipos para transmitir desde el lugar, mis ojos estaban fijos en esa pantalla, y la esperanza a media asta se transformó en una sensación de alegría y esperanza que me invadió entero. La venida del Papa, aunque llena de dudas, era una instancia importante de revisión, unión y proyección para una Iglesia golpeada por el abuso y la desconfianza.
La visita de Francisco transitó entre la esperanza de una Iglesia herida y el dolor de las víctimas y de un laicado que esperaba signos más categóricos y empáticos frente a la impunidad que tenían obispos encubridores de casos de abuso por parte de autoridades eclesiásticas. Posteriormente a su visita, el Papa se retracta de sus dichos y es cuando se nombra al Arzobispo Charles Scicluna para investigar y tomar declaraciones sobre el caso particular de Juan Barros que ponía a toda la autoridad eclesiástica en tela de juicio y que culminaría con el ofrecimiento de renuncia de los 34 obispos chilenos al Papa Francisco. Ciertamente el paso del Sumo Pontífice por Chile generó un cruce de experiencias que influyeron en una Iglesia que era capaz de ver sus propias heridas y avanzar lo más posible a la justicia y reparación a las víctimas y sus familiares. Fue una experiencia de una Iglesia en la que pastores que admiten errores y buscan soluciones y de un laicado que a pesar de las limitaciones y dificultades sigue adelante y tiene la esperanza de que las cosas tienen que ser distintas.
Ese mismo mensaje fue el que escuchamos los jóvenes en el Templo Votivo de Maipú el 17 de enero, recuerdo que el Papa nos dijo que éramos una generación de "los que se bajaron del sofá y se pusieron los zapatos", nos preguntaba ¿qué tenemos para aportar en la vida, en nuestra sociedad? Ciertamente luego de un año de ese discurso había una juventud que, saltando torniquetes, iba a producir el despertar social más grande visto en Chile desde la vuelta a la democracia. Muchos jóvenes tomamos esa invitación y la volcamos en la realidad social y eclesial de nuestro país, aportando lo que somos y creemos en una realidad sociopolítica que nos exigía ser puentes y dar aire nuevo a la política, las instituciones y nuestra Iglesia. Desde mi experiencia de fe, la visita del Papa fue una oportunidad de comprender que el seguimiento de Jesús no puede hacerse sino junto a otra/os y con los pies puestos en la tierra para hacer siempre lo que haría Cristo en mi lugar frente a las cosas que están sucediendo a nuestro alrededor
A tres años de la visita del Papa Francisco, caminamos aún con pasos temblorosos, pero confiados en que Dios siempre nos va a dar el Espíritu Santo para discernir los caminos que como Iglesia tenemos que dar para ser fiel reflejo e invitación de la buena noticia del Evangelio que es siempre encuentro, justicia y dignidad.
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