Por: Camila Coloma
Mucho se habla sobre una Iglesia católica machista, discriminatoria y patriarcal. Son solo algunos de los términos que he escuchado y se repiten en las bocas de muchas personas a lo largo del mundo. La verdad es que es difícil mantenerse fuerte en la fe, cuando hemos sido una Iglesia de puertas cerradas al dialogo feminista y mas aún, la Iglesia Jerárquica ha sido literal opositora al derecho sexual y reproductivo exclusivo de la mujer. Ahora, ¿A qué se deben estos comentarios?
Comencemos con recordar la época sagrada en la que vivimos, en donde la sexualidad y reproducción se ha tomado el centro de mesa en conversaciones, entre partes de la Iglesia y feministas. Esta situación, eso sí, ha generado un ir y venir en avances en derechos reproductivos a lo largo de las últimas décadas. Siendo la principal responsable de atrasos en políticas de salud y educación sexual, la Iglesia Católica, por la autoridad moral dada a esta por su rol social y político, debilitando así la reivindicación feminista.
Si bien en este último tiempo se han conseguido importantes logros. La visión respecto a una sexualidad exclusivamente reproductiva, heterosexual, adulta y conyugal, choca directamente con el plan feminista, y por consecuente, al reconocimiento legítimo de nuestros derechos. En Chile, desde las jornadas fallidas de conversación sobre afectividad y sexualidad (JOCAS) en jóvenes escolares, rechazada y bloqueada por la Conferencia Episcopal Chilena, la ley de divorcio no aprobada hasta el año 2004 y el rechazo total a la despenalización del aborto (En el 70% de países en Latinoamérica) son solo algunos de los casos en donde la jerarquía de nuestra Iglesia ha influido, no solo en Chile, del mismo modo en Latinoamérica, como el resto del mundo.
Los derechos de educación e información, a la salud, a la vida, a la libertad y seguridad de la mujer están siendo vulnerados, bajo el alero de “La palabra de Dios”.
La mayoría de los movimientos feministas no han logrado enfrentar el sexismo de la Iglesia Católica en una forma radical y, en especial, su importante papel en la creación de un clima en el cual es prácticamente imposible hablar de las realidades reproductivas de las mujeres, de una manera sincera y abierta. Esto produce una situación complicada, en la que muchas mujeres piensan y sienten en su corazón que son católicas, pero no pueden vivir según la enseñanza de su Iglesia. De igual modo, tienen una percepción del feminismo como algo contrario a la Iglesia Jerárquica.
Cuando comienzo a pensar en mi religión y las causas a las cuales defiendo, constantemente me siento confundida, no de mi fe enorme a Dios, si no en la Iglesia, en su Jerarquía y su discurso antifeminista, mientras tanto yo, con una práctica feminista tan anti eclesial. A veces me siento como en medio de un campo de batalla entre dos ideologías diferentes, donde resulta difícil discutir temas como sexualidad, reproducción y violencia de una manera que refleje mis experiencias vividas.
Creo no ser solo yo, que desea mantenerse cristiana, pero igualmente tener más influencia en la enseñanza de la Iglesia sobre las mujeres. No hay espacio para la discusión de realidades diferentes que incluyen que las mujeres no viven según la enseñanza de la Iglesia, cometen actos que se consideran pecados, al mismo tiempo que se sienten católicas. Mujeres que para justificar sus decisiones deben, o crear un mundo alternativo de un Dios que todo lo perdona, o vivir con un constante sentimiento de culpa y vergüenza.
Entonces, si somos piedra de tope, puerta cerrada y callejón sin salida para tantas mujeres, preguntémonos en nuestra oración,
¿Qué haría Cristo en nuestro lugar, en nuestro tiempo?
¿Qué estaría dispuesto a hacer Cristo por sus hijas al ver tanto sufrimiento a lo largo de nuestra historia?
Hoy hablo desde una política mal establecida, dominada por la moralidad, descentralizada en la mujer y su derecho a serlo, hablo desde lo que he visto, lo que he escuchado y lo que he vivido; Porque creo que, como Iglesia, ya no podemos hacer oídos sordos. Somos servidores y servidoras de Dios en la tierra, hemos sido apoyo, esperanza, amor, bondad, sanidad, fortaleza y fe para muchas, como también representamos mucho dolor para otras.
Queremos conversar, avanzar en políticas y que en realidad se involucren con nuestros derechos. Que la Iglesia se transforme en un refugio y entregue acompañamiento real. Queremos un cambio de paradigma que estigmatiza y encierra a la mujer en una escena de maternidad obligatoria y que nos podamos informar, todos y todas.
Si existen cosas que no podemos cambiar, transformémoslas en oportunidades para la felicidad de otro ser humano. Hasta que nada cambie actuare siempre motivada por mi fe en un dios que sé que nos garantiza una igualdad y libertad absoluta para nuestros cuerpos y nuestras vidas.
*Las opiniones vertidas en esta columna son responsabilidad de quien las emite.
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