Ella reconoce que Dios es justo, digno de confianza y que ha auxiliado a su
pueblo a lo largo de la historia
La realidad social y familiar actual nos ha presentado la imagen de una madre que
además de la ternura y el cuidado vital tiene la fortaleza como elemento esencial de
su maternidad. Cada vez más observamos la fuerza de la maternidad no sólo a nivel
biológico sino a nivel social; madres que buscan a sus hijos desaparecidos en las
fosas, mujeres que ejercen su maternidad alimentando a migrantes que no conocen
(las patronas), mujeres líderes que luchan para detener la violencia hacia las
menores.
Cuando se celebra la maternidad se tiende a adornar con flores, de color rosa y se
hace recordar la dulzura de las madres; sin embargo nos haría bien reconocer su
fuerza y su valentía para acompañar a sus hijos en los momentos más críticos de la
vida. El instinto protector de las madres hacia sus hijos durante la infancia resulta
muy natural, sin embargo en los momentos de la adolescencia y de la juventud,
cuando la realidad acecha con mayor fuerza, no se visibiliza tanto el trabajo y
esfuerzo que las madres realizan.
En la maternidad de María de Nazaret puede pasar algo semejante, la recordamos
en los momentos en torno al nacimiento de su hijo, pero los sucesos de la
adolescencia no están tan documentados en la escritura canónica, ni frescos en la
mentalidad cristiana. El relato de María como madre de Jesús adolescente, que
narra Lucas (2, 41-51), no es tan agradable; perder a un hijo fuera de casa genera
preocupación, miedo y hasta molestia. La reacción de María no es precisamente de
dulzura: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2, 48). Finalmente, ante la
incertidumbre del suceso opta por procesarlo en su corazón, he ahí cuando se
gesta su fortaleza materna.
La fuerza y la valentía de la madre de Jesús no se fundamenta en su propia
seguridad sino en la grandeza de Dios, que ha hecho grandes cosas en su vida (Lc
1, 49). Ella reconoce que Dios es justo, digno de confianza y que ha auxiliado a su
pueblo a lo largo de la historia (Lc 1, 54).
San Juan Bosco, el santo de la juventud, propuso a sus jóvenes la advocación de
María Auxilio de los Cristianos con una característica clave: la fortaleza materna.
Atendiendo a jóvenes que sufrían orfandad, migración e injusticia laboral, reconoció
la necesidad de una madre que los defendiera con fuerza de las adversidades de su
tiempo. Don Bosco aseguró que María Santísima, como madre, es un auxilio seguro
para sus muchachos.
La confianza filial en María de Nazaret resulta significativa para los jóvenes de hoy,
que reconocen en ella la fortaleza materna que puede defenderlos de lo dañino y
violento que la sociedad tiene. Por eso, en este mes materno, pedimos el auxilio de
María para que con su fuerza abra horizontes para la juventud, despeje caminos y
Asegure la confianza en el Dios que es amor.
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