Por: Lucas Castillo Montt, Asesor Pastoral Juvenil.
Hace unas semanas, Metro de Santiago y Fundación Iguales firmaron una alianza que consiste en educar a la población sobre conceptos como orientación sexual, identidad de género y derechos reproductivos y sexuales, a través de los televisores que están en la estaciones de algunas líneas del tren subterráneo.
Eso bastó para que algunos fanáticos se pusieran a correr en círculos e inventaran la etiqueta #NoMásIGEnElMetro, la que tuvo más de siete mil menciones,en su gran mayoría negativas, incluyendo la de un excandidato a la presidencia. Ante tanto comentario en contra, el metro salió a decir en Twitter que como medio de transporte son un lugar para todos y que tienen la convicción de que se pueden construir espacios más inclusivos y tolerantes.
El debate en lo moral pareciera ser una “especialidad” de los cristianos que se repite cada vez que se discuten temas controvertidos, pero especialmente en casos de carácter sexual, como el aborto, divorcio, matrimonio igualitario, anticoncepción, etc. Entre los comentarios podemos ver grandes aportes y otros que son muy negativos y restrictivos. Sin embargo, tampoco es para extrañarse ya que, durante siglos, la moral sexual religiosa (fundamentada en la tradición y las escrituras) lejos de considerar la sexualidad como un don de Dios que, al abarcar todos los aspectos de la persona determina nuestra existencia y personalidad, la considera como un problema del que hay que huir y no hacerse cargo.
Así es como la diversidad sexual ha puesto y sigue poniendo a prueba los fundamentos de nuestra sociedad junto con los de la Iglesia, pues la homofobia dominante en nuestra cultura occidental tiene sus raíces en la herencia judeocristiana de la que el cristianismo ha sido garante durante siglos. Nos han dicho que la homosexualidad es anormal basados en la mítica historia de Sodoma y Gomorra, en frases descontextualizadas del Levítico, en las cartas mal traducidas de Pablo, en el catecismo y otros documentos magisteriales; lo ha dicho el pastor Soto, los Cardenales chilenos, diputados, senadores y otros políticos, cada uno haciendo uso de la plataforma que les corresponde. Pero aún más lamentable es que esas hayan sido las razones del suicidio de Tchaikovsky en 1893, de que Alan Turing haya sido procesado por “indecencia grave y perversión sexual” en 1952, el asesinato de Daniel Zamudio en 2012, los dichos del Diputado Leonidas Romero (RN) atacando a Daniela Vega en 2018, entre otros terribles casos.
Por otro lado, considero lamentable ese afán de varios sectores del cristianismo de preocuparse más de las sábanas que del corazón de las personas, empeñándose en dar directrices sobre el buen o mal uso de la sexualidad, ante todo porque hemos logrado una deformación del rostro de Dios dejándolo como alguien que nos ha creado como seres sexuales pero que sólo acepta la sexualidad en casos puntuales o -en el caso de la diversidad sexual- un dios sádico que crea personas no heterosexuales para no permitirles ejercer su sexualidad.
La población LGTB está presente en la Iglesia Católica sin ser mala ni buena, si no una realidad que simplemente existe y que convive con el resto del pueblo de Dios en las parroquias, en las comunidades de base, en el clero, etc. Y también está cansada de recibir discriminaciones arbitrarias de quienes le condenan al infierno con la biblia en la mano, pues han sido llamados por Dios a amar de una manera distinta a la que ama el común de la gente. Por eso me alegro de que las comunidades estén creando iniciativas pastorales que acogen en su seno a la diversidad sexual, restituyéndoles su “derecho a Dios”. Estas comunidades muestran una cara más evangélica de la Iglesia ya que se han dedicado a ser el corazón de Dios en este momento de la historia.
En lo extra eclesial reconozco un destacable afán de que la comunidad LGTB no sea una comunidad de ciudadanos de segunda clase, con el impulso de iniciativas y leyes como la
Ley de Identidad de Género o el matrimonio civil entre parejas del mismo sexo, pese a la
oposición de grupos religiosos cristianos que se empeñan en vociferar que esto atenta a los valores tradicionales del cristianismo, desconociendo así que el Espíritu Santo actúa también fuera de la Iglesia y que los cambios de conciencia de la humanidad pueden ser incluso la voz de Dios.
La iglesia de Jesucristo ha de ser un signo de unidad entre los pueblos, y por eso se invita a estudiar sus estructuras y revisar los conceptos que las construyen, para poder seguir siendo portadora de la buena noticia para el mundo y ser fiel al Espíritu Santo, que sopla donde quiere y celebra las diferencias que nos regala.
Ante la diversidad sexual debemos sacarnos los prejuicios, dejar de pensar que la mal llamada “ideología de género” vendrá a destruir el cristianismo, la familia o la sociedad; debemos escuchar y aprender del otro que ha sufrido tal como sufriría cualquiera y así reconocerle como un hijo amado de Dios y luchar para que sea feliz. Debemos mirarle con cariño como lo hubiera hecho Jesús, acogerlos y sanar sus heridas pues realmente seremos una Iglesia como la que quiere Jesucristo cuando estemos todos en ella, sin etiquetas.
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