Por: Lucía Gomez
¿Qué es lo que tiene para decirnos Dios sobre las causas feministas? ¿Qué tenemos nosotras para decir de Él y cómo se involucra en nosotras? ¿Qué historias de mujeres cristianas han sido silenciadas por la historia? ¿Cómo las teologías hegemónicas han contribuido o permitido la naturalización de la dominación patriarcal? Son algunas de las preguntas que me llevaron a acercarme a las teologías feministas, así como la certeza de que Dios nos llama a construir un mundo sin oprimid@s ni opresores. No son preguntas fáciles, más bien son bastante incómodas. El asunto es que existe una urgencia por integrar nuestra fe cristiana con las causas y vivencias cotidianas, porque allí (más que en cualquier otro lado) se encuentra Dios.
La palabra teología puede ser interpretada como un “decir de Dios”. Afirmar entonces que determinada teología es feminista, significa que hay un decir de Dios vinculado al feminismo. Este decir implica tanto lo que Dios quiere comunicarnos, como lo que nosotras tenemos para decir sobre él. Un Dios que se hace humano, un humano que vive su vida para l@s demás, tratando de aliviar sus sufrimientos y de construir un mundo de justicia e igualdad, tiene mucho para decir sobre las causas feministas. Este Dios en el que creo, no quiere ninguna forma de dominación. Por lo tanto, creer en Jesús tiene que implicar un llamado a romper con toda forma de opresión, en ese caso la opresión basada en el género.
Una de las formas históricas de opresión a la mujer es el silencio. Incluso hoy en día, en el que damos por sentado que toda persona humana tiene la misma dignidad y por lo tanto los mismos derechos, tenemos muchísimos obstáculos para hacernos oír. Construir espacios donde podamos hablar y entablar diálogos respetuosos, es una forma de luchar contra el sistema patriarcal que insiste en subordinar nuestra voz. Hablar, entonces, de teologías creadas por mujeres, es una posición radical. Las mujeres tenemos mucho para decir de Dios.
Reclamar la urgencia de teologías feministas nos pone en una posición difícil. Nuestra Iglesia, aunque con algunos avances en el tiempo, sigue teniendo en su seno personas, prácticas y sistemas patriarcales. Ser feminista y ser católica lleva a inevitables conflictos con nuestras parroquias, colegios y diversos grupos de referencia que integramos. El conflicto mueve al cambio, y si lo atravesamos de manera fraterna podemos construir una Iglesia más justa y más comunitaria. Para este fin, nuestra voz es necesaria, porque no hay Iglesia de Jesús posible sin nosotras. Entonces leamos, formémonos, hablemos, cuestionemos. Hablemos del Dios que es madre, amiga, y hermana.
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