Por: Eduardo Anaya Sanromán SJ
Hoy celebramos la Fiesta de la Virgen de Guadalupe. Nos han dicho que la Virgen María es la primera discípula de Jesús, un ejemplo de fe y esperanza en Dios Salvador. María es paradigma de la “Iglesia en salida” a la que nos ha convocado el Papa Francisco desde el inicio de su pontificado.
Todas las festividades marianas (Anunciación, Purificación, Asunción, Concepción) están en relación con la presencia de María en el Misterio de nuestra Salvación. En México se puede conocer más a Cristo por la presencia de la Virgen María de Guadalupe, la Madre de Dios por quien se vive, quien nos lleva a su Hijo. La imagen de Guadalupe, a diferencia de las imágenes de Europa, no presenta al niño en sus manos, sino en el vientre. Ella en su seno, es al mismo tiempo la portadora de Cristo y la Madre de los habitantes de estas tierras recién descubiertas, representados en San Juan Diego. Por su maternidad, trajo al mundo a Jesús, nuestro Salvador, y es madre y protectora de los apóstoles y de todas las naciones.
¿Qué imagen de María se nos ha transmitido en nuestra familia, nuestro colegio, nuestra parroquia?
Las peregrinaciones o mandas hacia los santuarios marianos de América Latina son, generalmente, para pedir favores o agradecer milagros recibidos. A excepción de La Dolorosa, la transmisión de las advocaciones marianas ha enfatizado el poder de María y no tanto su testimonio de entrega, sus dolores y su permanecer al pie de la cruz. Yo mismo, cuando me acerco en oración a la Madre de Dios voy a pedirle más que a agradecerle. Cuando agradezco suelo hacerlo directamente a Dios en Jesús.
Como catequistas y clérigos, hemos fomentado una imagen de Dios Omnipotente y, junto a ella, una imagen de María como Diosa-Madre que hace milagros para sus hijos. ¿No será que en América latina hemos caído abusos o excesos que rayan en la superstición? ¿Dónde queda la humanidad de María cuando se le considera como Diosa? ¿Qué dice el Concilio Vaticano II sobre María?
“La bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Cfr. Jn 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! (Cfr. Jn 19, 26-27)”.
Si la Virgen María de viviera hoy en Santiago: ejercicio de imaginería.
Dicen los entendidos en Biblia que María era una “anawin” una mujer del “resto fiel de Israel”; ella recibió de sus padres y abuelos la religión judía; desde muy niña aprendió a orar y a servir a los demás.
¿Cómo me imagino a María la madre de Jesús?
Si María hubiera nacido en el Chile del siglo XXI viviría en alguna zona rural del Norte chico o quizá sería una joven mapuche de la región de la Araucanía.
Si viviera en la ciudad trabajaría en alguna fábrica o sería asesora del hogar para una familia de clase media, cajera en un supermercado, o mesera o vendedora de tarjetas telefónicas en el metro. Si hubiera nacido en Santiago, probablemente viviría en una población de la Pincoya, Cerro Navia, Pudahuel, Puente Alto, La Pintana…
Para llegar a su trabajo se levantaría a las 4:30 am, ayudaría a Ana, su madre, a preparar el desayuno familiar y dejar comida para la cena, a las 5:30 am saldría de su casa, tal vez caminaría varias cuadras en la semioscuridad, tomaría una micro y luego el metro, con algún transbordo para llegar a tiempo a las 7:00 am a su centro de trabajo.
Siguiendo este ejercicio, resulta más fácil contemplar que la María que caminó en Palestina no fue reina ni princesa. Tenía callos en las manos por el trabajo cotidiano de sembrar, acarrear agua y leña. María no vestía ropas lujosas ni portaba joyas, aretes, coronas o collares de piedras preciosas, porque era del pueblo pobre. Ella no necesitaba perlas ni gemas para brillar. Sus ojos iluminaban a todo el que la conocía, su forma de ser transparentaba el Amor y la bondad de Dios, la ternura de su trato la hacía brillar.
¿Qué imagen de María puede iluminar nuestras vidas hoy?
Históricamente, hemos recibido la devoción a María desde una Iglesia fuertemente influenciada por el patriarcado sociocultural de siglos pasados. Se nos ha transmitido la imagen de María como un modelo de pureza, de humildad, de silencio, sencillez y de servicio. También la veneramos como una Reina que hace siempre la voluntad del Rey. La imagen de un Dios que tiene un plan prestablecido para cada persona debe ser cuestionada. Necesitamos orar, discernir y reflexionar sobre la colaboración humana con la gracia de Dios y reconsiderar la autonomía y la libertad de cada individuo respecto de la voluntad salvífica de Dios.
Ante la emergencia de la ola feminista mundial - auténtico signo de los tiempos – con su legítimo clamor de justicia y equidad, siento que en la Iglesia no podemos seguir hablando de María como la mujer purísima, castísima, sumisa y obediente que asintió y siempre dice que sí ante toda iniciativa del hombre.
Jaime Tatay sugiere rehabilitar la pureza:
“La palabra pureza, cuando se utiliza en ámbitos religiosos, genera todo tipo de reacciones: para unos, es un vestigio absurdo de una religiosidad obsesionada con la sexualidad y la negación del cuerpo; para otros, es un ideal al que sólo unos pocos elegidos (ángeles y santos) pueden llegar; para la mayoría, es un término que ha caído en desuso y que, quizá, convendría olvidar […] No debemos asociar la pureza (como ha sucedido a menudo) sólo con el sexto mandamiento, sino con los diez. Y especialmente con el primero: “amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”. Es decir, amarás con pureza de intención, sin mezcla ni dispersión, y eso centrará tu vida y reordenará todos tus otros amores, deseos e intenciones […] La pureza de María brota tanto de su capacidad para confiar, contemplar y escuchar como de su disposición a buscar, meditar y dudar”.
Tatay considera, pues, que la pureza remite a la unidad de deseo la claridad de visión. La pureza de María significa tener un corazón siempre abierto y una actitud vigilante – como en las bodas de Caná - para llevar adelante la obra del Reino de Dios en el mundo. María acogió al Espíritu Santo y se dejó conducir por Él como mujer de discernimiento. La virginidad de María no puede ser ni sólo ni primeramente ginecológica. Su virginidad consistió en estar siempre disponible para hacer la voluntad de Dios (Lc 1, 26-45).
Más importante que la teoría es cultivar nuestra relación con María incluyéndola en nuestra oración y discernimiento personal. En este sentido, me parece urgente que los varones reconsideremos nuestra masculinidad y meditemos en cómo también podemos relacionarnos desde nuestra fragilidad.
Por otro lado, de cara al pluralismo religioso y desde un espíritu ecuménico conviene analizar teológica, pastoral y existencialmente si la mediación de María es indispensable o no en términos del seguimiento de Jesús y nuestra colaboración en la construcción del Reino de Dios.
Me despido con algunas preguntas que pueden ayudarnos a profundizar en nuestros modos de relacionarnos con otras y otros.
¿Cómo es mi relación con María en este momento de mi vida? ¿Qué lugar ocupa María hoy en mí vida cristiana? ¿Dónde me encuentro con María en mi vida cotidiana?
¿Cuántas Marías he conocido que me han transmitido la paz, la luz y el amor de Cristo? ¿Cómo me relaciono con las mujeres presentes en mi vida?
¿Cómo he tratado a mi madre, mis hermanas, mis abuelas, mis amigas? ¿Cómo me relaciono con mi polola? ¿Y cómo he tratado a mi nana, a la cocinera, la que limpia mi casa, las profesoras, etc.?
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