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  • Foto del escritorTiempo Magis

Dios grita, ¿qué hacer?

Por: José María Jarry, profesor de Historia.


Son tiempos turbulentos los que estamos viviendo. Hace unos días atrás nos golpeó e indignó la noticia del asesinato de George Floyd a manos de la policía en Minnesota. El grito de “i can’t breathe”, que viene gritándose hace más de doscientos años en EEUU, encontró rápidamente su eco en las miles de personas que salieron -a pesar de toques de queda y pandemia- a las calles de las ciudades y pueblos de ese país. Las imágenes que nos llegan por las noticias y redes sociales nos muestran un país en llamas, la rabia de miles de personas acumulada por años que explotó una vez más con el asesinato de uno de sus hermanos. Al ver esas escenas podemos caer en la impotencia de no poder hacer nada o incluso en pensar que es demasiado lejos como para ser problema nuestro.


Sin embargo, ese grito también está impregnado en nuestra propia historia. La muerte de los peñis en el Wallmapu, la de Joane Florvil, Jean Ricot -joven haitiano asesinado de tres disparos en el pecho luego de la cobertura mediática en contra de las personas de Haití como responsables de la propagación del COVID19- y muchas y muchos otros/as desplazados/as, discriminados/as, muertos/as y dañados/as por causa de la discriminación y la desigualdad nos están gritando. Nos gritan los/as enfermos/as, nos gritan los/as desplazados/as, nos gritan las personas que salen a protestar por hambre y abandono de las autoridades. Ante el aumento del desempleo, la violencia y la muerte ¿qué hacer?.


En tiempos de distanciamiento físico parece difícil movilizarnos y actuar frente a estas cosas, y la situación puede tornarse a ratos abrumadora y hacernos volver sobre nosotros/as mismos/as, pero estos tiempos nos invitan a cambiar los espejos por ventanas y -tal como Jesús- dejar que la muerte, el hambre y la precariedad nos remuevan las entrañas. Mirar los signos de estos tiempos desde el Evangelio y con una óptica cristológica es un imperativo para quienes seguimos a Jesús. De esta manera lo planeaban religiosas y religiosos de la comunidad afroamericana en tiempos de las movilizaciones por los Derechos Civiles en EEUU:


“El mensaje de liberación es la revelación de Dios que se encarna en Jesús. La libertad es el Evangelio. ¡Jesús es el liberador! “Él me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos” (Lucas 4, 18) (...) la demanda que el Cristo Liberador propone en todos los hombres (y mujeres) requiere afirmar la total dignidad como personas y renunciar a todas las presunciones de superioridad y abuso de poder” Declaración del Comité Nacional del Clero Negro, 13 de junio de 1969. Estados Unidos (traducción)


El Evangelio nos invita a movilizarnos, a no quedarnos estáticos frente a lo que nos rodea. ¿Cómo podemos ayudar? En momentos de fragilidad colectiva Jesús nos llama a mover la misericordia en acciones concretas, como aportar en un banco de alimentos, ayudar en alguna olla común que esté en tu barrio, organizar a tu cuadra, comunidad o grupo de amigos para hacer una iniciativa solidaria, movilizarnos en causas políticas y sociales que busquen la justicia y la igualdad o sencillamente escuchar y contener a quien lo necesite.

Movilizarnos por la injusticia no es un abstracto, implica un compromiso activo con los pobres y quienes viven sometidos en esquemas sociales y económicos de exclusión y desigualdad. Asumir ese compromiso desde el Evangelio implica hacerlo desde la no violencia y la esperanza. Martin Luther King Jr tenía seis principios clave para entender y practicar la no violencia y la desobediencia civil, algunos de ellos que nos pueden servir hoy como inspiración e impulso son que la acción debe estar motivada por el amor en el sentido de la palabra griega ágape, que significa "comprensión" o "redimir la buena voluntad para todos los hombres" (King, Stride, 86). Otro principio es que la resistencia no violenta debe tener una "fe profunda en el futuro", derivada de la convicción de que "El universo está del lado de la justicia" (King, Stride, 88).


Dejemos entonces, que las fragilidades propias y extranjeras nos muevan las entrañas. Que el grito de tantas y tantos haga eco en nuestro corazón y que el distanciamiento físico no nos impida que nos acerquemos a personas y realidades que exigen compromiso y urgencia. Ellos están llamando, y hay que responder.



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