Por: Javier Ibarra, estudiante de medicina
La pandemia que vivimos ha puesto en evidencia la desigualdad del sistema de salud en diversas áreas, desde el acceso a educación y atención de salud hasta en el modo de vivir una cuarentena y el tipo de sanciones a quienes infringen medidas preventivas. Desde el comienzo del brote, ha supuesto un gran desafío para las autoridades el alinearse junto a organizaciones sociales para trabajar en conjunto, dejando atrás posturas políticas para así tomar medidas de protección, las cuales, si bien han ido en la línea correcta, debieran ser más oportunas, transparentes y confiables.
Hoy nos vemos interpelados/as a mirar lo que entendemos por salud, que por mucho tiempo hemos asociado a la ausencia de una determinada enfermedad, sin embargo, la situación que hoy expone a determinados grupos de riesgo nos hace mirarnos y analizar qué cuidados le hemos dado a nuestro cuerpo en nuestras vidas, o de qué manera con nuestros hábitos potenciamos una salud sólida.
Así también, debemos ver la salud pública no solo como el hecho de evitar el contagio entre personas en las calles, sino también a darnos cuenta de cómo las condiciones de vivienda, ambiente laboral, desempleo, educación y acceso a atención de salud determinan el modo en que enfermamos, y esto es algo que tenemos que tener presente al momento de elegir a las autoridades que diseñan este tipo de políticas públicas.
Hemos sido llamados/as también a detenernos para prevenir, a parar con el estilo de vida acelerado que llevamos, esta prevención no tenemos que mirarla como signo de alarma, sino como una oportunidad para cuidarnos como sociedad y así evitar un curso desfavorable de contagios. Somos interpelados/as a comprender que los recursos humanos y los sistemas de salud son limitados, y hoy más que nunca el cuidarnos en lo personal (tanto en salud física como mental) es fundamental para el cuidado comunitario y también, como hemos visto, lo es para el cuidado de los ecosistemas y de la casa común, esta conciencia comunitaria que se ha estado gestando en los meses anteriores en nuestro país es lo que debe primar hoy y permanecer en el futuro.
Frente a este y otro tipo de situaciones que nos resultan catastróficas, muchas veces tendemos a preguntarle a Dios por qué ocurren estas cosas o por qué permite estas situaciones, pero como cristianos/as debemos recordar que de Dios sólo puede venir lo bueno, Dios nos da la vida, salud, la inteligencia, solidaridad, prudencia; y debemos ser capaces de sacar provecho, así como también pedirle y recibir de esto y, más aún, salir de esta y de todo tipo de crisis.
Muchos de los males los creamos y los permitimos nosotro/as mismos/as, al llevar un estilo de vida individualista, al no vivir en sociedad, no participar de nuestro sistema político, al no vivir en armonía con el medio ambiente, al no involucrarnos con quienes más lo necesitan e incluso cuando no confiamos en nosotros mismos. Detenernos a culpabilizar supone una actitud cómoda pues esperamos que las soluciones las entregue alguien más, y si bien las grandes medidas deben venir por las autoridades que hemos escogido como sociedad, no debemos dejar de implicarnos en trabajar por el bien común, es por esto es que debemos hacer consciente de que más que buscar a quién culpar, somos nosotros/as quienes podemos hacernos responsables por nuestros actos o por nuestra falta de acción y retomar así el control de nuestras vidas, siempre con la ayuda de Dios, de quien recibimos dones y actitudes que podemos potenciar y usar en favor de todos/as, hoy en día entendiendo que vivimos en comunidad y que debemos cuidarnos mutuamente.
Dios habita en nosotros/as, sin embargo, no nos posee ya que respeta nuestra libertad, por ende somos nosotros/as quienes debemos actuar. Entonces ¿Qué hago yo con esta libertad? ¿Para qué la uso en mi día a día? Al responder estas preguntas debemos mirarlas sin juicios, sólo contemplando y aprendido qué cosas puedo hacer mejor, ya que nuevamente, culparnos a nosotros/as mismos/as tampoco nos conducirá a nada productivo.
Debemos mantener la esperanza en nosotros/as, dejar de dudar de lo que somos como seres individuales y como sociedad y mirarnos todos/as como hermanos/as e hijos/as de Dios capaces. La crisis por la cual estamos pasando nos obliga a pensarnos juntos/as y a aprender a trabajar en conjunto, de esta manera podremos unirnos, colaborar y aportar para vivir en una mejor y más sana sociedad.
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