Por: Felipe Cervantes, voluntario en Tirúa.
El contexto que mundialmente estamos viviendo con el COVID-19 impone un desafío muy grande para la vida comunitaria, ya que genera dos elementos que atacan directamente los fundamentos de la vida comunitaria, la confianza y el ser sociable.
En primer lugar, ataca la confianza hacia los otros/as, y nos hace preguntarnos ¿la persona que está a mi lado podrá contagiarme?, pero también hacia las instituciones con cuestionamientos como ¿las autoridades estarán tomando las medidas adecuadas? ¿nos estarán ocultando la real situación? Esta generalización de la desconfianza solo pude generar una sensación alarmante y angustiante.
En segundo lugar, ataca el ser sociable, la principal medida de resguardo para evitar el contagio es hacer cuarentena y alejarnos de los demás. Es una medida claramente efectiva, sin embargo, eso no significa olvidarse del otro y ser la máxima expresión del individualismo. En la sociedad que vivimos hoy en día contamos con todos los medios para poder comunicarnos, aunque estemos aislados en nuestras casas.
Un estilo de vida que pude sufrir mucho en este contexto es el de la “vida comunitaria” el cual hace referencia al compartir la vida con los otros, buscando principalmente el bienestar común y el crecimiento de cada uno de los miembros apoyado por las demás personas.
Este modo de vida no significa necesariamente el vivir bajo el mismo techo con otras personas, sino en la forma en que nos relacionamos como individuos. El cómo valoramos y respetamos al otro/a en su ser integral, con sus virtudes y defectos, manías y alegrías, opiniones y actos.
El principal mandamiento que nos entrega Jesús “ámense los unos a los otros” es la base del vivir en comunidad, estamos en este mundo no como seres únicos e independientes, en esencia somos seres sociables y dependemos de los demás. Esta dependencia no hace exclusivamente referencia a lo material, también hace referencia a lo emocional, psíquico y afectivo, áreas elementales de nuestra vida y que han sido desplazadas e invisibilizadas por un modo de vida individualista, desconfiado y competitivo.
Es sumamente importante entender la vida comunitaria como un estilo de vida, ya que el principal desafío que conlleva es romper con una mentalidad tan arraigada en nosotros como lo es el individualismo, esta forma de pensar ha sido inculcada en nosotros desde que somos pequeños y no somos conscientes de como interfiere en nuestros actos. Una vez que empiezas a ser consciente y a volverte hacia los otros, hacia el servicio, no puedes echar marcha atrás y todos tus pensamientos y acciones confluyen en la misma comunidad.
Hay algunas cualidades que nos pueden ayudar a afrontar y mantener este estilo de vida, a mi parecer la más importante es la confianza, tal como en toda actividad que comprenda el trabajo con otros esta es una cualidad que debemos tener presente siempre. El confiar en alguien y sus capacidades es crucial, y cuando observamos que él o ella está flaqueando o perdiendo la esperanza hay que estar atentos de poder corregirlo fraternalmente y reinfundar fuerzas nuevas. Este es un proceso difícil de hacer si no existen las confianzas necesarias, y también se debe hacer dentro de las capacidades que cada uno tiene. De la misma forma uno tiene que depositar su confianza en otros y estar dispuesto con el corazón abierto para que te guíen en el camino que como comunidad se han dispuesto a recorrer.
Tal como hay cualidades que nos son favorables para la vida comunitaria, hay elementos que pueden ser barreras en el proceso de conformación de una comunidad y que debemos saber cómo sobrellevarlos. Yo creo que lo más importante es transparentar cuales son nuestras expectativas de la vida comunitaria, y discernir tanto individual como grupalmente si las distintas expectativas son compatibles y pueden generar frutos en cada uno de los miembros.
Y un elemento muy importante es ser conscientes que Dios se hace presente simplemente en el regocijo, en el poder ver como las cosas que haces tienen un impacto tan profundo en la comunidad que beneficia a todos. Y que claramente se hace presente entre nosotros, en la cotidianidad e incluso en la rutina, una rutina que muchos odian porque no le encuentran sentido a lo que hacen, pero al hacer algo por la comunidad la rutina es un lugar donde también puedes encontrar a Dios.
La palabra del Señor nos dice “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras”, creo que no puede ser más claro. Sin embargo, no debemos olvidar preocuparnos por nuestro propio bienestar, y las conductas de autocuidado en materia de salud mental son un buen elemento en los tiempos que estamos viviendo. Este tiempo de aislamiento es cuando paradójicamente tenemos que estar más unidos, más cercanos. Esperando con fe el momento en que podremos “apapacharnos” nuevamente y observar cómo ha renacido la comunidad y la sociedad.
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