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5 de octubre

Actualizado: 6 oct 2020

Por: José María Jarry, profesor de historia.


Hoy recordamos 32 años del 5 de octubre de 1988, día en que Chile vivió una de las jornadas más decisivas e históricas desde el quiebre democrático del 11 de septiembre de 1973. Tras 15 años en el poder, la dictadura del General Augusto Pinochet pendía de un hilo. Por un lado, las jornadas de protesta eran cada vez más comunes en las calles, las violaciones a los derechos humanos y la supresión de las libertades llegaron a tal punto que organismos internacionales pusieron presión sobre la junta militar e instaron a sus generales a abrirse y responsabilizarse por el estado de la situación política y social en nuestro país. Pero ese 5 de octubre de 1988 algo tan sencillo como un lápiz podía barrer con toda la tradición de violencia y muerte que hasta ese momento era una realidad cotidiana. La tarde del 5 de octubre de 1988 todo Chile estaba pegado a la radio esperando los resultados de una elección que definiría el e del país, el Plebiscito Nacional que daba a elegir al país si el entonces dictador Augusto Pinochet se mantenía en el poder por ocho años más o si la Junta de Gobierno llamaba a elecciones y, con ello, se retiraba del poder.


¿Pero qué es un plebiscito? Desde el año pasado que venimos escuchando sonar esa palabra. La escuchamos en la televisión, la leemos en las murallas. Una palabra fuerte, que despierta pasiones, que trae recuerdos, que nos hace pensar, una vez más, cómo queremos que sea construido nuestro país. Un plebiscito es un mecanismo de participación que cumple la función de consultar a la ciudadanía sobre asuntos de excepcional importancia para el país, asuntos que son tan determinantes que deben ser definidos mediante la expresa voluntad de las personas a través de una votación que usualmente establece la opción de SI/NO, o bien como ahora, APRUEBO/RECHAZO. Los plebiscitos pueden ser consultivos o vinculantes, esto significa que pueden servir para consultar la opinión de la ciudadanía en alguna materia específica (por ejemplo en relación a un plan regulador de una municipalidad) o bien empoderar democráticamente las/os votantes para tomar una decisión que el gobierno tendrá que respetar y ejecutar de manera obligatoria. Esto último es lo que recordamos hoy, el día en que millones de chilenas y chilenos decidieron que la dictadura ya no iba más. Ese día votaron cerca de ocho millones de personas, de las cuales un 55.99 % votaron por la opción “NO”, produciéndose entonces un proceso de transición democrática que llevaría al fin de los 17 años de dictadura y que terminaría con la victoria de Patricio Aylwin en las elecciones presidenciales del año 1990.


La historia siempre nos enseña lecciones, y algo lindo que tiene su estudio es la capacidad de transitar del presente al pasado y mirarnos en el espejo. Hoy, al igual que hace 32 años, tenemos la posibilidad de decidir sobre el futuro de nuestro país a través del plebiscito constitucional del próximo 25 de octubre. Recordar el testimonio democrático y valiente de tantas y tantos que hace años le plantaron cara al miedo y a la muerte nos tiene que animar a participar de esta elección. Como país vivimos momentos de crisis social, política e institucional. Desde el 18 de octubre del año pasado hemos sido testigos de la violencia, la desproporcionalidad de Carabineros y un debilitamiento democrático que resulta peligroso para la salud de nuestra convivencia cívica e institucional. Una buena salida para esta situación es aquella que nos devuelve la fe en las instituciones, nos invita a un diálogo donde nos encontramos con quienes son diferentes a nosotras/os pero tienen también anhelos de más justicia y vuelve a identificarnos con una carta fundamental fruto de la democracia.


De la misma manera que hace más de 30 años, hoy la ciudadanía puede dar un golpe de timón que cambie la forma de ver las cosas y fijar un rumbo común. La importancia de la participación ciudadana es clave en esta pasada para acercarnos cada vez más a construir la cultura del encuentro. Sobre esto, el Papa Francisco en la nueva Carta Encíclica Fratelli Tutti, habla que la “cultura del encuentro significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos”. La invitación que nos hace el Papa Francisco a recomponer el espacio de lo común es profundamente concordante con el mensaje de Jesús y con las luchas por la democracia que claman desde hace años en nuestro país.


La construcción de nuestra democracia, las elecciones y la participación ciudadana son elementos vitales para un Chile como lo soñaron las generaciones que hace 32 años salieron a votar en medio de tanta muerte, violaciones a los derechos humanos e incertidumbre. Hoy, la posta de esa generación la recibimos nosotras y nosotros. Desde nuestras diferencias, ideas, anhelos e historias participemos para mañana seguir trabajando por un país de encuentro y justicia.


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