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Fe, mi camino y la Migración

Actualizado: 17 oct 2018

Por: Teresa Lopicich, voluntaria Servicio Jesuíta Migrante


Imaginemos que Chile se inunda por completo, que ya no hay comida, que hay guerra civil, que no se puede salir a las calles, que no hay trabajos, que no hay educación, que tu hogar, tu patria, ya no es la tuya, ya no la reconoces, ya no te acoge, sino que es un lugar frio, un lugar que te atrapa, que no te deja avanzar. Entonces decides, siendo madre, hija o hermana, irte de ese lugar y caminar a uno mejor. Llegas con una mochila cargada de esta historia, de esperanzas y de dolor. No te reciben con los brazos abiertos, te denigran, te tratan mal, insultan a tu familia y ni siquiera te preguntan tu nombre. Nuevamente no puedes avanzar. Pero tú, tú no has hecho nada malo para mecer esto y aun así te está sucediendo.


Actualmente, esta situación es la que viven miles de migrantes, y es también el proceso que conformó a nuestras familias en el pasado.


Por eso, para mí todos somos migrantes. Pienso en el origen de mi familia, en cómo se fue construyendo mi historia y la de mis padres y lo diferentes que son. Hoy, yo soy una afortunada gracias a ellos, a su esfuerzo y a su unión.


Mi familia por el lado materno es italiana, vienen de un pueblo llamado Bene Lario. Mi tatarabuelo fue cocinero en la I guerra mundial. Mi familia por el lado paterno llegó desde Croacia en el año 1885.


Me pongo en el lugar de mis antepasados y de lo difícil que fue para ellos llegar hasta Chile y partir de cero. Mi historia me hace entender que todo lo que tengo no es mío, se lo debo al trabajo de ellos y de mis padres. Mi familia fue migrante y hoy es chilena, y esa es parte de mi identidad. La cual también se conforma de distintas dimensiones como, por ejemplo, mi fe que me ha acercado, hecho entender y apasionarme por la migración.


Para mí somos todos iguales, todos tenemos la misma dignidad, somos todos hermanos e hijos del mismo Padre y además todos compartimos el mismo planeta. Teniendo esto en cuenta hay que agregar que también somos diferentes, tenemos sueños distintos, problemas y obstáculos, en especial una historia que nos marca y distingue. Pero todos compartimos el querer vivir una vida mejor. Por lo tanto, no es tiempo de discriminar o de clasificar, sino que debemos estar orientados a crecer y vivir mejor como comunidad dentro de una misma sociedad.


En estos últimos tres años me comprometí a algo bastante simple que consiste en estudiar, informarme, informar y de ayudar en el ámbito de la migración. Esto porque me di cuenta de que lo relativo a este fenómeno apenas son los primeros indicios del comienzo de un cambio estructural, cultural y social que tendremos. Necesitamos hacernos la idea de que Chile va a crecer, que nuestras próximas generaciones serán hijos y nietos de los nuevos migrantes y que para que nuestro país crezca de la mejor manera necesitamos de tolerancia y respeto, de ayuda mutua y de educación.

Al comprometerme con esta causa fueron surgiendo diferentes llamados y oportunidades, nada muy grandioso ni especifico, pero decidí ir tomando lo que llegara a mi camino.


Comencé cantando con un amigo en el coro de una misa para migrantes durante todos los domingos del año 2016 y fui muy feliz. Cantando todos los domingos pude conocer muchas historias de migrantes. Y de a poco fui entendiendo por qué elegían Chile y las dificultades que tenían al llegar.


Me enorgullece que elijan mi país porque Chile es maravilloso, lo tenemos todo y seguimos creciendo. Pero el problema es que estamos estancados en una sociedad conservadora y cerrada a lo desconocido, seguimos con una política y mentalidad de protección de nuestro territorio. Ahí comprendí que el problema no son los migrantes. El problema somos nosotros que los recibimos mal como sociedad, en diferentes circunstancias, por ejemplo, no tenemos un sistema decente para recibir extranjeros y además una vez dentro, no nos preocupamos de su estado.


Ya en 4to año de mi carrera decidí que sería bueno enseñar a más personas que la migración es algo bueno y por eso, junto con un profesor de mi universidad conformamos un taller de análisis migratorio con 6 charlas distintas y gratuitas. En este taller se me encargó la tarea de contactar un exponente extranjero para una de las clases y en esta labor conocí a una mujer maravillosa.


Su nombre es Machalie Jn Baptiste es haitiana y este verano organizó un concurso llamado Miss Haití Chile para mujeres haitianas que viven en chile y están en búsqueda de oportunidades.


Conocí a Machalie porque vi un reportaje sobre su concurso en la revista Paula y la contacté por Facebook para pedirle que fuera uno de los exponentes del taller de análisis migratorio. La primera vez que la vi fue el día de la charla, ella iba acompañada de su marido. Me encantó escuchar su historia y la alegría con que compartía tan abiertamente su vida a unos pocos alumnos y profesores de la universidad. Almorzamos juntas ese día y pudimos compartir mucho, me conto que es mormona y que también quiere una vida orientada al servicio, por eso quiso ser médico y por eso hoy ayuda con el concurso y con la campaña de invierno. La admiro, ya que, a pesar de tener una fe distinta a la mía, nos une la misma esperanza de hacer del mundo una comunidad y una hermandad.


Por esto decidí ayudarla con la campaña de invierno. Un día ella vino a mi casa a buscar la ropa y la invite a pasar. Tenía miedo de como fuera a reaccionar mi familia ya que les había hablado mucho de ella y no quería avergonzarla. Mi papá los invito a ella y su marido a almorzar, nos sentamos los cuatro en la mesa y él los entrevistó (como siempre lo hace). Yo estaba más feliz que nunca de poder abrir mi casa, que mi familia conociera a la mujer que me había inspirado y de la que tanto les había hablado y que nosotros como chilenos abriéramos las puertas sin miedo y sin prejuicios a dos migrantes.


Sueño con que esta experiencia sea la de muchos migrantes, de poder ser bienvenidos a nuestras casas, a nuestro país y compartir nuestra patria, nuestras esperanzas y poder crear un camino juntos.


Luego de esta experiencia quise involucrarme aún más, quería sentirme útil y por lo tanto me inscribí como voluntaria en el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM). Por ahora solo he trabajado un día ahí, además de unas cuantas reuniones. Lo que haré es atender desde el área laboral a migrantes que son derivados de atención social para ayudarlos a buscar trabajo. Me hace muy feliz estar ahí, poder escuchar y poder ayudar de verdad.


Solo con estos pequeños actos, sé que estoy en el lugar indicado. Siento que Dios se ha encargado de que por mi camino se crucen personas maravillosas que me han ido inspirando y ayudando a crecer y querer cambiar el mundo. Él me acompaña y me guía con lo que necesito para lograr mis metas, y estoy segura de que no voy sola en este camino porque sé que no soy la única que se mueve por esta causa. Se que juntos podremos realizar un cambio mayor.

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