Cada 25 de noviembre, recordamos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, marcado por el trágico asesinato de las hermanas Mirabal en 1960. Este día es un llamado urgente para concientizar sobre la persistente desigualdad de género y la discriminación que afecta a las mujeres..
Como es de notar, la violencia de género no es un tema nuevo, de hecho, sigue siendo una de las violaciones de los Derechos Humanos más extendidas y generalizadas a nivel mundial. Y no debemos confundirnos creyendo que la violencia de género sólo incluye la agresión física y sexual en sus distintas manifestaciones, sino que también involucra la violencia psicológica, la patrimonial, laboral, estructural, entre muchas otras más.
La violencia de género adopta diversas formas, no limitándose a lo físico y sexual, sino extendiéndose a lo psicológico, patrimonial, laboral y estructural. Como Iglesia, no podemos ser indiferentes. Reconocemos la necesidad de autocrítica, especialmente en este tiempo sinodal, para transformarnos y ser agentes de cambio.
Creo que la Iglesia Católica debe abrirse a la autocrítica de sus estructuras, políticas y práctica, sobre todo teniendo en cuenta este tiempo de sinodalidad, en donde como Pueblo de Dios podamos caminar juntos y juntas para anunciar el Evangelio de Jesús.
¿Cómo dar pequeños pasos?
Reconocer y Empoderar: Conversar sobre el liderazgo femenino en la Iglesia, no para opacarlo, sino para potenciarlo y reconocer su vital importancia.
Vivir el Evangelio: Leer los signos de los tiempos y aplicar el mensaje evangélico a nuestro contexto actual, comprometiéndonos con la justicia y la igualdad.
Corresponsabilidad: Respaldar la corresponsabilidad en los ministerios eclesiales, tal como abogó el Papa Francisco en el actual Sínodo de la Iglesia. Juntos, como Pueblo de Dios, podemos caminar hacia una comunidad transformada.
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