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La normalización del estrés

Actualizado: 12 sept 2019

Por: Florencia Pando, estudiante de derecho U de Chile.


A final del año 2016 me diagnosticaron un episodio depresivo reactivo al estrés, uno que en gran medida se anidó en mi corazón a causa de la presión que sentía por rendir bien en la universidad. Soy estudiante de Derecho de quinto año, y en ese tiempo estaba terminando segundo. Obviamente, esto no me pasó de un día para otro, se comenzó a gestar poco a poco. Me acuerdo que ya en el primer semestre de ese año comencé a tener episodios de insomnio en tiempos de evaluaciones, a sentir una fuerte angustia en la garganta y a llorar mucho. No pedí ayuda de inmediato, porque pensé que Derecho era difícil y que tenía que ser fuerte. Creí que era normal sentirse así porque a muchas de mis compañeras de la U también les pasaba, y escuchaba comentar a gente en el patio de la Facultad los remedios que se tomaban en esos periodos. Fue un periodo tan duro que me acuerdo que para un examen de Derecho Procesal estudié todo un día llorando.


Me preguntaban cuál era el objetivo de tener tan buenas notas y nunca sabía que responder. Hoy creo que era porque no quería sentirme tonta, ni que otros lo creyeran. Encontraba demasiado insoportable la frustración, probablemente por la cultura del éxito en que nos hemos criado. Además me parecía que era lo mínimo que podía hacer con la cantidad de privilegios con que había nacido, en el fondo no tenía nada más que hacer que estudiar.


En Diciembre de ese año toqué fondo. Sin hacer caso al consejo de San Ignacio, hice mudanza en tiempos de desolación de relaciones con personas muy importantes en mi vida, lo que solo aumentó el dolor que estaba sintiendo. Tuve suerte de que mi mamá se dio cuenta de todo, conversando finalmente le pedí ayuda y le dije que necesitaba ir al sicólogo. Comencé una terapia y con eso un camino de retorno hacia mí, que de no haber contado con un apoyo profesional quizás no se habría dado. Retomé mi relación con Dios, y para eso me sirvió mucho hacer la Pausa Ignaciana, ya que me di cuenta que en cada día había algo que agradecer y algo por lo que pedir perdón, porque obviamente en toda esta vorágine cometí muchos errores e hice daño. También comencé a perdonarme a mí, porque Dios me amaba pese a todo, o más bien con todo.


Hoy estoy más tranquila con la universidad, no digo que me haya dejado de importar el rendimiento ni que ahora lo pase bien estudiando para las pruebas, pero sí puedo decir que soy más consciente de que no son lo más importante. Además, si se me olvida tengo una comunidad, una familia y amigos/as que con su amor me hacen recordarlo.


Quería compartir el consejo que hace poco dio a su familia una persona muy importante para mí, que recientemente partió al cielo: “Si te sientes sobre pasado: calma, concentración, oración y reflexión personal. También descanso, ayuda y buscar apoyos”. Así mismo aprendí yo con todo esto. Pedir ayuda es importante, pero para pedirla es fundamental darse cuenta de lo que uno está sintiendo, y así aprender a escucharse. En esto último la fe y la oración tienen un papel trascendental. Así también hay que estar pendiente de lo que siente el otro para incitarlo a lo mismo si de su voluntad no nace. La amistad y la fe pueden ser de ayuda, pero jamás remplazan un tratamiento sicológico.

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